-ADAGIO DE ALBINONI-
La música a veces encierra grandes composiciones, esas que hemos escuchado en innumerables ocasiones, que llevamos dentro casi como si fueran nuestras de tanto como las hemos escuchado, muchas veces sin conocer su autor, nos suenan porque son auténticas obras maestras interpretadas una y otra vez en multitud de situaciones y a veces también esa música encierra un misterio, el de conocer con certeza, no por nosotros, si no en general, quien es realmente su autor.
JOSÉ ANTONIO PARRA TOMÁS
-José Antonio Parra en Asociación la Tortuga de El Charco
11/16/20255 min read


ADAGIO DE ALBINONI
El Adagio en sol menor es una de esas obras musicales, que parecen venir de otro mundo: melancólica, solemne y profundamente emotiva. Sin embargo, su historia es tan misteriosa como su sonido.
Seguro que esto os va a resultar sorprendente porque, al fin y al cabo, el célebre Adagio, no solo es una de las piezas más conocidas de la música clásica, sino una de las que mejor se han popularizado entre los melómanos, con un nombre estrechamente vinculado de título y autor: “Adagio de Albinoni”.
Por eso, es irónico que, en realidad, la obra no sea de Albinoni sino de un biógrafo suyo que vivió, nada menos, que dos siglos después. Se trata del musicólogo Remo Giazotto, quien la presentó en 1945. Es decir, la obra musical, que posiblemente es la más famosa que existe del barroco (siglo XVII y XVIII), no se compuso durante el barroco, ni fue Albinoni su autor. Os cuento.
Tomaso Albinoni nació 1675 en Venecia, una ciudad que en el siglo XVII era un hervidero de teatros, óperas y músicos. Fue contemporáneo de Antonio Vivaldi, aunque con un estilo más íntimo y elegante. A pesar de ser menos conocido que su famoso compatriota, en su época fue uno de los músicos más admirados de Italia.
Era hijo de un acaudalado comerciante de papel, cuya cómoda posición le permitió darle una buena formación musical, que compatibilizó con el negocio familiar junto a sus hermanos. Así, consumado violinista y buen cantante con recursos, Tomaso rechazó la idea de trabajar como músico de la corte para convertirse en un dilettanti o artista más o menos independiente, lo que le otorgaba cierta autonomía (hasta 1711, añadió a su nombre el apodo de dilettante veneto, o sea, aficionado veneciano). No obstante, nadie podía ganarse la vida entonces sin un mecenas, y él pudo encontrarlo en Pietro Ottoboni, un cardenal sobrino-nieto del papa Alejandro VIII, que era un gran amante del arte y tenía bajo su protección a pintores, escultores y poetas.
Ottoboni también era veneciano, y en su palacio reunió a una generación de artistas, en la que no faltaban compositores tan importantes como Corelli, Scarlatti, Haendel, así como el escenógrafo Filippo Juvara o el pintor Sebastiano Ricci. Albinoni le dedicó su Opus 1. También, parece probable que estuvo al servicio del duque de Mantua, homenajeado por el violinista en su Opus 2; y las suites Opus 3, también fueron para un duque, el de Toscana.
En una primera etapa Albinoni se dedicó, sobre todo, a hacer sonatas y conciertos para instrumentos concretos (violín, oboe); de hecho, fue uno de los primeros compositores en dar al oboe un papel solista en la música italiana, algo que inspiró más tarde a Bach y al propio Vivaldi.
Pero, a partir de 1705, cambió ligeramente de género, porque ese año contrajo matrimonio con una cantante de ópera, llamada Margherita Raimondi. Su producción se llenó entonces de óperas (más de 50), que le otorgaron bastante éxito en casi toda Italia y Alemania. Eso, y la muerte de su padre cuatro años más tarde, le decidieron a dedicarse exclusivamente a la música, dejando la empresa familiar a sus hermanos.
Sin embargo, con el paso del tiempo, las óperas de Albinoni pasaron a segundo plano, y se valoró fundamentalmente su obra instrumental, que influyó sobre otros músicos, como el mencionado Bach.
Se cuenta una anécdota, en la que Albinoni, ya consagrado, fue invitado a una fiesta en casa de un aristócrata veneciano. Allí, un joven violinista presumido, tocó con ostentación una pieza de Vivaldi y luego, con cierta arrogancia, preguntó a Albinoni:
-Maestro, ¿qué le ha parecido mi interpretación? A lo que Albinoni, sin perder la calma, respondió:
-Perfecta, si lo que quería era mostrarnos la velocidad de sus dedos… pero, ¿dónde ha quedado el alma de la música?
El salón enmudeció. Y luego, con una sonrisa, Albinoni se sentó al clave y tocó una breve sonata propia: lenta, pura, melancólica. Cuando terminó, todos comprendieron la lección: la emoción vale más que la destreza.
Albinoni falleció en 1751, parece ser que, a consecuencia de diabetes, porque no existen datos de su última década de vida, como tampoco se han conservado las piezas, que seguramente hizo en ese período, con la excepción de Seis sonatas para violín y la ópera Artamene (ambas en 1740).
Buena parte de la música de Albinoni, se perdió en el bombardeo de la ciudad alemana de Dresde, durante la Segunda Guerra Mundial, al estar guardada en la Biblioteca Estatal, que tenía su sede en esa ciudad, y quedó destruida por el fuego. Por eso, resulta especialmente llamativo que, en 1945, al finalizar la guerra, fuera el musicólogo italiano Remo Giazotto, quien compusiera el hoy celebre Adagio en sol menor, más conocido como “Adagio de Albinoni”, basándose, según él, en el fragmento de una sonata a trío que encontró entre las ruinas de la biblioteca.
Remo Giazotto, crítico musical y editor de la Rivista Musicale Italiana, era uno de los mayores expertos mundiales en la figura de Tomaso Albinoni, de quien escribió una biografía, igual que había hecho con otros compositores barrocos como Vivaldi, clasificando y catalogando además toda su producción. En 1958 “Casa Ricordi”, una editorial de música clásica, publicó el Adagio explicando la historia referida por Giazotto, y de la que hay dudas porque nunca se ha visto ese fragmento, y la biblioteca alemana desmintió que lo tuviera entre sus fondos.
Esa pequeña parte, del original de Albinoni, se reduciría únicamente al pentagrama del bajo y seis compases de la melodía, constituyendo el movimiento lento de la citada sonata a trío, habiéndose perdido el resto.
¿Mintió entonces Giazotto y fue el verdadero y único autor? Giazotto no era un estafador oportunista, sino un intelectual de prestigio que, un año antes de la publicación, había sido nombrado profesor de Historia de la Música en la Universidad de Florencia, y que, cuatro años después, ingresaría en la Academia Nazionale di Sta. Cecilia, aparte de acumular otras distinciones en su currículum, como director de los programas internacionales de la Unión Europea de Radiodifusión, presidente del comité de la RAI y, en 1967, coeditor de la Nuova Rivista Musicale Italiana.
Es más, él siempre dijo que se había limitado a hacer los arreglos musicales de la obra, atribuyendo su autoría a Albinoni. Sin embargo, hoy todos los expertos musicales, consideran que se trata de una composición enteramente original y compuesta en su totalidad por el propio Remo Giazotto, como si fuera de estilo barroco; la única que hizo en su vida que, por cierto, teniendo en cuenta el éxito que alcanzó, nos indicaría que fue un talento desaprovechado. Eso, ya no tiene remedio, porque Giazotto falleció en agosto de 1998, llevándose a la tumba el secreto de por qué hizo aquello. Irónicamente, su Adagio es la obra que verdaderamente ha dado renombre a Albinoni.
El Adagio se ha convertido en una de las piezas más reconocibles del repertorio clásico moderno, apareciendo en numerosas películas y series, como:
“Gallipoli” (1981): su uso en la escena final es legendario y multiplicó su fama mundial; “El año que vivimos peligrosamente” (1982); “Rollerball” (1975); “Manchester frente al mar” (2016); “Flashdance” (1983); “The Doors” (1991).
En TV, ha aparecido en series como “Doctor Who” y “Los Simpson” (en el episodio “El libro del mal”).
También, se han hecho versiones por artistas de distintos géneros, desde Sarah Brightman hasta The Doors y Lara Fabian.
Se ha utilizado frecuentemente en ceremonias de conmemoración y duelo. Se escuchó, por ejemplo, en los funerales de estado de víctimas del atentado del 11-S.
Del Adagio de Albinoni, existen innumerables grabaciones. Algunas de las más aclamadas son: I Musici, una versión de referencia, muy clásica y equilibrada, y la de Herbert von Karajan y la Orquesta Filarmónica de Berlín, una interpretación romántica, lenta y muy dramática.
José Antonio Parra Tomás
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