-RECORDANDO A DON FLORENCIO
Los recuerdos tras muchos años, de un profesor diferente para su época, con una forma de enseñar en la que la regla de los palmetazos no era la clave.
ADOLFO M. VERDEJO
Adolfo M. Verdejo en Asociación la Tortuga de El Charco
11/26/20242 min read


RECORDANDO A DON FLORENCIO SERNA, MI PROFESOR
Estas líneas "in memoriam" fueron escritas a raíz de mi conocimiento a través de Siembra de tu fallecimiento, y lo fueron para enviarlas a la revista, pero por razones que ahora se me escapan, no lo hice. Aunque, recordando, cuando yo tenía 20 años y una encantadora novia de 15, al romperse nuestras relaciones ella me devolvió tomas mis cartas perfectamente ordenadas y cosidas, solo a falta, casi, de encuadernarlas; yo, en cambio, al devolverle las suyas lo hice en un "totum revolutum" que evidenciaba que yo era un completo desastre para el orden (tal vez por eso se acabó nuestra maravillosa historia, porque si no, si vive, seguro que aún continuaría). Así es que, probablemente, esa fue la razón de no enviar estas líneas a Siembra.
Hacía decenios que no te veía, prácticamente desde que salí del pueblo para orientar mi vida por otros derroteros, pero tengo un grato recuerdo de ti, de la década de los 40, en el Colegio "San Luis Gonzaga". Tú fuiste una corriente de aire fresco en aquél Colegio, donde la frase "la letra con sangre entra" no era ninguna metáfora, sino un rito cotidiano en el que, a diario, se rompían reglas de pino de 60 centímetros de largo, 4 ó 5 de ancho y 1 ó 1,5 de grueso, llamadas "doña Rafaela", en nuestras tiernas costillas, y que suministraba el carpintero que tenía el taller en los bajos del Colegio, con salida al patio y a la calle Ancha.
Tú nos hablaste por primera vez de Álgebra con el sano objetivo de impartirla y abandonar o simultanear con ella la rutinaria clase de Aritmética, repasada una y mil veces sin miras de aprendizaje escalonado y ascendente, objetivo nunca cumplido no sé por culpa de quién, pues cuando preparaba las oposiciones el Ejército del Aire en las que se me pedía esta materia hasta cierto nivel, tuve que estudiarlo fuera del Colegio.
Te recuerdo pellizcándote los barrillos de la cara marcada por el acné, con un carácter tranquilo que contrastaba fuertemente con el del director, permanentemente violento y alterado; tus clases eran amenas y sosegadas, deseadas por todos nosotros, tan deseadas como temidas de que no fueras tú el que las impartiera.
A mi hermano Ildefonso, tu amigo, juntos en esta foto que envío, le decías que yo tenía madera de inventor. Con pocos años, 10 ó 12 como máximo, construí un barco con propulsión a reacción, una reacción primitiva basada en el vapor, cuyo único y forzado escape daba el pulso al vehículo; el invento no funcionó porque el barco, de madera y demasiado pesado para su escaso volumen, se fue a pique, aunque el ingenio en sí trataba de que funcionara, más que la navegación, la propulsión. La prueba es que, andando el tiempo, mis derroteros se fueron por la aeronáutica y no por la náutica.
¡Dios te pague tu confianza en mí, que no se vio recompensada!
Ya estáis juntos tú y el que fuera tu jefe laboral durante un corto periodo de tiempo de tu existencia.
¡Que el tránsito haya limado las diferencias y solo quede la paz, la luz y el descanso eterno!
Adolfo M. Verdejo
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