6 DE JUNIO

La Segunda Guerra Mundial pasó para España un tanto de refilón, pero en ella se vivieron momentos importantes que determinaron el rumbo de la contienda. En uno de esos momentos claves, el 6 de junio de 1944 con el desembarco de Normandía, la actuación de un español de origen gallego fue digno de recordar.

JOSÉ ANTONIO PARRA TOMÁS

José Antonio Parra en Asociación la Tortuga de El Charco.

6/8/20259 min read

Se han cumplido, el pasado viernes, 6 de junio, 81 años del desembarco aliado en las playas de Normandía, la operación anfibia y aerotransportada más importante de la historia. La operación, bautizada con el nombre de “Overlord”, había sido meticulosamente planificada un año antes. La fecha inicial era el 5 de junio de 1944, pero fue retrasada 24 horas por el mal tiempo.

Hace ya años, cuando éramos más jóvenes, y recorríamos Europa de camping con otros amigos, visitamos en el verano de 1993 la costa de Normandía, en Francia. Aquel verano estuvimos durante 15 días en el camping municipal de Choisy-le-Roi, junto al aeropuerto de Orly, al sur de París, y desde allí marchamos hacia el norte, cruzamos Bélgica y fuimos a parar al sur de Holanda, en un pueblecito llamado Bergen op Zoom, junto al río Escalda. Después de visitar las principales ciudades belgas: Bruselas, Brujas, Gante, etc., y todo el sur de Holanda, iniciamos el camino hacia Normandía, viajando por la carretera de la costa, junto al Canal de la Mancha, pasando por Dunquerque, Calais, Dieppe y El Havre. En Normandía encontramos un bonito y cuidado camping en la localidad costera de Bernières-sur-Mer, muy cerca de Caen.

La ciudad de Caen, capital del Departamento, fue la que primero visitamos. Allí existe un Memorial sobre la batalla de Caen, que duró un mes y medio. Los combates y los bombardeos aliados dejaron sus cicatrices en la ciudad, que fue destruida en un 70%. Pero muchas de sus joyas medievales y renacentistas siguen en pie. Entre ellas, los tres grandes edificios de la época del ciudadano más ilustre de Caen, Guillermo el Conquistador: el castillo, la Abadía de los hombres y la Abadía de las mujeres. Caen es una ciudad cuyas calles y plazas, del antiguo casco histórico, tienen un encanto especial.

Deseábamos principalmente visitar el muro del Atlántico, aquella serie de bastiones fortificados que los alemanes construyeron a lo largo de la costa para impedir la invasión, y también las famosas playas del desembarco, bautizadas por los aliados con los nombres de Sword, Juno, Gold, Omaha y Utah.

El mariscal alemán Erwin Rommel (el zorro del desierto), fue el arquitecto del Muro del Atlántico, y había fortificado la costa con todo tipo de trampas, dividiendo las defensas en varias líneas. Los primeros obstáculos fueron construidos bajo el mar con el objetivo de que las lanchas de desembarco no los vieran y se estrellaran contra ellos. Fuera de las aguas ordenó ubicar una hilera de guijarros, un muro rompeolas y varios metros de anchura y altura de alambre de espino para evitar el rápido avance de la infantería. Finalmente, después del alambre de espino, construyó una especie de pista de obstáculos, además de sembrar las playas con miles de minas.

Para poder enfrentarse a los alemanes, los aliados necesitaban disponer del conjunto de sus medios de combate. Para ello, en Mulberry (playa de Omaha) y en Arromanches (playa Gold), que fue la primera que visitamos, construyeron en 24 horas un puerto artificial, a base de grandes diques de descarga protegidos por una ensenada de hormigón; todo ello para poder abastecer a las tropas, hasta que los puertos marítimos continentales fueran conquistados. Los restos del puerto artificial de Arromanches aún perduran. En 100 días, fueron desembarcados 400.000 soldados, 4 millones de toneladas de material y 500.000 vehículos.

Pero si existe un lugar en el que el Desembarco casi fracasa, fue en la playa de Omaha, situada en Colleville-sur-Mer. Aquel 6 de junio de 1944, más de 150.000 soldados arriesgaron su vida para asaltar y derruir el Muro Atlántico. Aquellos soldados habían sido transportados desde Inglaterra a través del Canal de la Mancha mediante unos 7.000 barcos. Sin embargo, si el desembarco en las playas normandas fue muy duro y sangriento, de entre todos aquellos combatientes hay que destacar a los hombres encargados de tomar Omaha, conocida más tarde como la “playa sangrienta”.

Desde el principio, Omaha supuso un severo problema para los aliados. No ya por los obstáculos que habían colocado en la arena los alemanes, sino porque los acantilados que la rodean hacían casi imposible su conquista. Por ello, el general Bradley (a cargo de las operaciones americanas) decidió que la 1ª División, la mítica “Big Red One”, fogueada en África, lideraría el ataque. No había mejor unidad para hacerlo. Junto a ella destacó a la novata 29ª División.

El 6 de junio, los soldados comenzaron a embarcar a las tres de la madrugada. La primera oleada, apodada la “ola del suicidio” por causas obvias, contaba con 1.500 jóvenes que embarcaron atemorizados y con el estómago revuelto por el copioso desayuno que habían tomado y el mar de fondo que había. La mayoría eran chicos de 20 a 25 años. Entre vómitos, los primeros combatientes pisaron la arena a las seis y media bajo el asombro y el fuego de los alemanes. En pocos minutos, el ataque se convirtió en una carnicería.

A las siete, cuando llegó la segunda oleada, los soldados se quedaron bloqueados y se negaban a avanzar. El General Bradley, desde su puesto de mando en el buque “USS Augusta”, pensó que el desastre estaba al caer. Llegado el momento, tuvo que tomar una dura decisión: ordenar la retirada hacia las lanchas, o seguir alimentando aquella matanza. Sabía que perder Omaha era perder Normandía, y se negó a abandonar. Como revulsivo envió a dos oficiales que hicieron que las tropas superaran el terror. Uno de ellos era Norman Cota, que se hizo famoso por ser visto en la arena con un puro apagado en la boca, mientras tarareaba una canción para tranquilizarse y tranquilizar a los soldados. Sus alaridos funcionaron y los estadounidenses comenzaron a avanzar. Lograron abrir brechas en el alambre de espino y acabar con los defensores a costa de muchas vidas. Aquel día, todos colaboraron para evitar el desastre. Los mismos buques se acercaron todo lo que pudieron a la costa para disparar contra las casamatas alemanas. Omaha fue conquistada tres horas después. Aunque no toda. Un último puesto, no se rindió hasta las tres de la tarde. Para entonces, las bajas norteamericanas ascendían a más de 4.000 soldados, más del doble de las que tuvieron los canadienses en Juno (el segundo sector con más heridos y muertos).

Dos días después del desembarco, 8 de Junio de 1944, el ejército americano abrió un cementerio temporal en Saint Mère Eglise, donde se enterraron unos 20.000 soldados. Tras conceder el gobierno francés unos terrenos en Coleville-sur-Mer, sobre los mismos acantilados de la playa de Omaha, se procedió a construir allí una necrópolis militar.

El cementerio americano de Omaha ocupa una parcela de unas 70 Ha., y es espectacular. Fue inaugurado oficialmente en 1956 sobre los terrenos que el Estado francés regaló a EE.UU a perpetuidad. Allí fueron trasladados algo menos de la mitad de los militares enterrados en Saint Mère Eglise, ya que el resto fue repatriado. En el cementerio existen 9387 lápidas; todas pertenecen a soldados caídos en la segunda guerra mundial. Todas las tumbas, con su cruz, están perfectamente alineadas y orientadas hacia el oeste, como si estuvieran mirando a Estados Unidos. Algunas no tienen cruz, sino la estrella de David, son las pertenecientes a soldados judíos.

Estando nosotros de visita en el cementerio americano, asistimos, porque eran las 16,30 horas, a la ceremonia de los colores, que consiste en la arriada de la bandera americana, que es posteriormente doblada, mientras suena el toque de silencio.

Frente a la zona de lápidas se encuentra un monumento conmemorativo que recoge los nombres de 1557 estadounidenses que perdieron la vida en el conflicto, pero que no han podido ser ubicados o identificados. En el centro hay una estatua de bronce titulada “Espíritu de los Jóvenes Estadounidenses“.

Aquellas playas, sobre todo Omaha, respiran una tristeza melancólica. Bien es verdad, que, por el clima, no son playas muy aptas para el baño, pero en todos los días que estuvimos allí, nunca vi a nadie en ellas, ni siquiera paseando. Yo sí pasee por la playa de Omaha, y puedo decir que sentí un desconsuelo especial y una gran congoja ante tanta desolación.

En nuestro periplo por Normandía llegamos hasta la península de Contentín, donde está la playa de Utah y el pueblo de Saint Mère Eglise, el primero de Normandía en ser liberado por los paracaidistas americanos el Día D. En una calle cercana a la plaza del pueblo, se encuentra la taberna Auberge John Steele, que lleva el nombre del paracaidista norteamericano que se hizo famoso en la película “El día más largo” por haber caído sobre el campanario de la iglesia y ser uno de los pocos que sobrevivieron.

Más allá de sus actuales diferencias, amigos y enemigos, vencedores y vencidos se vienen reuniendo cada año en las playas de Normandía (y supongo que en este 81º aniversario también lo harán los pocos que aún viven) para rendir homenaje a los miles de soldados que sacrificaron sus vidas por los ideales de la democracia y la justicia. El desembarco de los aliados en la costa francesa fue también el inicio de la liberación de Alemania del nacionalsocialismo, e igualmente un hito importante para el futuro desarrollo hacia una Europa democrática, en la que Alemania ocupa un papel de gran responsabilidad y cuenta con el respeto general. Alemania es hoy una nación aceptada por los antiguos enemigos de guerra.

Y ya puestos en el tema, deseo contar una historia más; una historia de las miles de historias personales que existen en cada hombre. Concretamente ésta es la historia de un español, Manuel Otero Martínez, que murió el día D en la playa de Omaha.

Había nacido en Serra de Outes (Coruña) el 29 de abril de 1916, y era marinero de profesión. Cuando apenas contaba con 20 años de edad estalla la guerra civil y Manuel se encontraba embarcado, como mecánico en el vapor “Inocencio Figaredo”, amarrado en el puerto de Santander. Fue reclutado por el bando republicano.

Herido gravemente en un pulmón y un brazo durante la batalla de Brunete, fue hecho prisionero en Barcelona, pero, gracias a la mediación y las influencias de su hermano que había luchado en el bando nacional, es liberado y regresa a su pueblo, Serra de Outes.

Sin embargo nada sería igual. Allí es señalado continuamente por algunos de sus vecinos y decide emigrar a EEUU en el año 1940 en busca de mejor fortuna. Y la encontró. Se establece en Nueva York, donde abre un taller mecánico y empieza a prosperar según cuenta en la correspondencia que mantiene con su madre.

Pero Manuel Otero tomó una decisión que a la postre significaría su final: para evitar problemas con las autoridades de inmigración y conseguir la nacionalidad estadounidense, se alistó de forma voluntaria en el ejército. Con apenas seis meses de servicio, se lograba ser ciudadano americano. La mala suerte se volvió a cruzar en la vida de este gallego cuando tan solo tres días después de alistarse, Japón bombardeó Pearl Harbour, lo que provocó que Estados Unidos entrase en la Segunda Guerra Mundial, junto al bando aliado.

A finales de 1941, Manuel Otero fue enviado a los campamentos de instrucción de Estados Unidos en Europa. Pasando prácticamente un año haciendo ejercicios de entrenamiento para el día D. El día 6 de junio de 1944 desembarcó en la playa de Omaha, como soldado de primera clase en el 16º Regimiento de infantería de la 1ª División.

Fue de los primeros que desembarcaron, en torno a las 7.40 saltó de una lancha en la segunda oleada de ataques de los aliados contra las defensas nazis. La marea estaba muy baja en ese momento y era mucha la distancia a recorrer hasta el primer refugio. Había minas, obstáculos, gran cantidad de bunkers…

El corazón que se sale por la boca, las náuseas de la travesía, el miedo a la muerte… Manuel corrió apenas 100 metros de playa. Después, su pelotón superó un talud de guijarros y sobre este se encontró con una gran alambrada de espinos, en la que abrieron una vía para poder continuar. Bajo fuego alemán, se adentraron en una zona pantanosa sembrada de minas. Ahí acabo todo para él. Su unidad fue diezmada, prácticamente entre el 70 y el 80 por ciento cayeron solo en la arena de esa playa, entre ellos el propio Manuel.

Uno de los compañeros de Manuel Otero, Albert Papi, que dejó escritas en un diario todas estas cosas, dice en el mismo: “Los primeros valientes en traspasar el alambre de espinos fueron John P. Forde, de Brooklyn; Manuel Otero, de Nueva York; y David A. Arnold, de New Hampshire. Forde y Otero morirían al poco en el campo de minas”.

Manuel recibió el Corazón Púrpura a título póstumo, condecoración que según parece tiene su única hermana viva, residente en Como (Italia), y sus restos fueron enterrados en el cementerio americano de Colleville-sur-Mer, para después ser repatriados en 1948 a Galicia, por petición de su familia. Fue enterrado en su panteón familiar cercano a la Iglesia Parroquial de San Juan de Sabardes.

La prensa de la época contó la llegada de los restos mortales del joven “muerto al servicio del ejército norteamericano en el desembarco de Normandía”. En la comitiva, “el agregado de la embajada americana en Madrid, un teniente coronel y dos oficiales”.

Lo anecdótico es que el párroco, en el certificado de defunción, cita una postdata donde dice que “Ha sido enterrado por soldados del ejército norteamericano con todos los honores. Fecha: 18 de septiembre de 1948”.

José Antonio Parra Tomás