BATALLITAS DE UN NONAGENARIO

Vivencias de un chaval durante el paso de una comitiva de Franco por su pueblo, Manzanares, provincia de Ciudad Real.

ADOLFO M. VERDEJO

Adolfo M. Verdejo en Asociación la Tortuga de El Charco.

11/26/20243 min read

Corría un año próximo a la terminación de nuestra Guerra Civil, tal vez el 1941 ó 1942.

Manzanares, de la provincia de Ciudad Real que no tiene nada que ver con Manzanares del Real, aunque hay gente que confunde los términos, tiene un parador de turismo junto a la antigua carretera de Andalucía, que discurre por el centro del pueblo, hoy ya no con la Autovía, pasa por delante del parador, sigue bordeando la plaza de toros donde tuvo la cogida mortal Sánchez Mejías el 11 de agosto de 1934 y que luego dieron lugar a los célebres versos de Federico García Lorca, "A las cinco de la tarde", en su memoria. Ignacio era un hombre muy alto, amigo de grandes poetas, la denominada generación del 27, entre ellos Federico García Lorca, Gerardo Diego, Cernuda, Alberti, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Miguel Hernández y Jorge Guillén entre otros, junto con el mismo Sánchez Mejías, autor de varias obras teatrales.

Sigue la carretera antigua hacia el pueblo con una cuesta larga, paralela al Río Azner, pasa por la fábrica de harinas, hoy cerrada y sin actividad, realiza una curva a la izquierda pasando por el borde del parque llamado “Parterillo” con el que comienza el parque largo llamado Paseo del Rio que discurre paralelo al río hasta llegar a las vías del ferrocarril Madrid-Andalucía, hace un quiebro a la izquierda dando lugar al llamado Paseo de los Pinos que va paralelo a la vía por un lado y la llamada Isla Verde por el otro, hasta desembocar en derivación del mismo río y los 5 puentes del ferrocarril. En estos paseos se montan los artefactos feriales en una gran explanada, donde también está el quiosco de la música, una construcción de hierro sobre pilares del mismo metal en la que se instala la Banda de Música para dar conciertos públicos en el buen tiempo.

Planteado el recorrido de la carretera, el río y las actividades que se desarrollan en sus aledaños, aunque me ha faltado anotar que en las edificaciones paralelas a los paseos se encuentran varios cines de verano o algunas posadas, ya desaparecidas.

La curva que hace la carretera próxima a la Fábrica de Harinas, continúa un tramo de unos 200 metros rectos hasta entrar en el pueblo por la llamada calle Mayorazgo, continua recta hasta llegar a la llamada calle Ancha donde gira a la izquierda y ya, directamente en un tramo de casi 1000 metros, llega hasta las vías de ferrocarril, las mismas que más a la izquierda, han acogido a los paseos del Río, todo en un gran rodeo; una vez en las vías, ya la carretera discurre hacia Madrid.

En la curva mencionada próxima a la Fábrica de Harinas, en el año mencionado, estábamos unos cuantos chavales de 10 ú 11 años, del Frente de Juventudes, uniformados, en línea, esperando la llegada del Jefe del Estado, D. Francisco Franco Bahamonde, que se había alojado en el Parador de Turismo, tras una cacería en Santa Cruz de Mudela, coto importante de caza mayor, no apto nada más que para personalidades de alto copete de la política o la economía.

Aparecieron los primeros automóviles de la escolta y a continuación llegó el Roll Royce de Franco, disminuyó la velocidad hasta casi pararse al vernos, abrió la puerta, sacó la mano y se la estrechamos los más próximos, siguiendo su camino. Detrás venían más coches de escolta, descapotados los conductores con boina roja con borla colgante. Sin encomendarme ni a Dios ni a la Virgen, di un salto y me colé en uno de ellos, todo en marcha; seguimos por el tramo recto, tomamos la curva de la Calle Mayorazgo enfiló la cuesta que hay en la calle, y ya a punto de llegar a la conexión con la Calle Ancha, el conductor me dijo: "Chaval, al entrar en la curva aflojaré, o te bajas ahí o te vienes a Madrid, pues yo ya no paro ni freno". Tampoco lo pensé ni me encomendé a nadie, mi mente poco racional, pensaría que qué iba yo a hacer en Madrid, así es que me tiré del coche como Dios quiso, rodé por el asfalto, haciéndome heridas en los brazos, pero más campechano que el Cid Campeador, pues le había dado la mano a Franco, y había hecho un viaje, corto, en un coche de su escolta.

Y colorín colorado, esta historia no la he olvidado.

Adolfo M. Verdejo