EL AVENTURERO Y RESILIENTE CERVANTES

A veces escribir sobre un personaje como Cervantes puede parecer complicado dado que de él ya está todo dicho y todo escrito, pero también es verdad que en la mayoría de las ocasiones, de quién realmente hablamos es de su obra más representativa, Don Quijote de la Mancha, pero no de Cervantes. A veces conocemos más del famoso hidalgo, que de su autor, quien tuvo una vida complicada, llena de sinsabores, una vida ingrata pero que forjó en Cervantes el genio por el que le conocemos.

JOSÉ ANTONIO PARRA TOMÁS

José Antonio Parra en Asociación la Tortuga de El charco.

10/5/202514 min read

EL AVENTURERO Y RESILIENTE CERVANTES

En la antigua carretera de Murcia a Madrid, la N-301, haciendo triángulo entre Mota del Cuervo y Quintanar de la Orden, se encuentra El Toboso. Allí, en ese pueblecito de 1700 habitantes, hay nada menos que tres Museos con base en Cervantes y el Quijote: el Cervantino, la Casa-Museo de Dulcinea y el Museo de Humor gráfico.

El Museo Cervantino representa un gran homenaje a Miguel de Cervantes y al Quijote en la Patria de Dulcinea. Acoge ediciones de Don Quijote de La Mancha en más de 80 lenguas diferentes. Hay ediciones firmadas por Nelson Mandela, Mitterrand, Margaret Thatcher, Ronald Reagan, Olof Palme, Fidel Castro, Mussolini, el rey Felipe VI, Sara Montiel, Rafa Nadal, etc.

El Museo Casa de Dulcinea se encuentra en un edificio que mantiene parte de su estructura original del siglo XVI, y conserva en líneas generales los caracteres de la casa manchega de un hidalgo con sus diversas dependencias: molino, bodega, patios, corrales, pozos, etc. Esta casa pertenecía a una de las familias más ilustres de El Toboso, los Martínez Zarco de Morales. Según la tradición, en época cervantina fue habitada por don Esteban y su hermana doña Ana, quien inspiró el personaje de la sin par Dulcinea de El Toboso. Dulcinea, Aldonza Lorenzo o Ana Martínez Zarco de Morales. La obsesión de Cervantes por esta mujer le llevó a citar la localidad hasta en 189 veces a lo largo de El Quijote, todas ellas, relacionadas con Dulcinea, una mujer que solo existió en la mente de Cervantes, pero que con seguridad vivió en El Toboso.

En el Museo de Humor gráfico "Dulcinea”, se puede ver una colección de dibujos dedicados a la figura de Dulcinea, realizados por los más famosos humoristas españoles y extranjeros. La colección fue cedida por el prestigioso ilustrador madrileño José Luis Martín Mena, fallecido en 2006. Mena publicó sus viñetas durante décadas en La Codorniz, Semana, ABC y Blanco y Negro, con colaboraciones esporádicas para París Match y The New York Times. Hay dibujos de Mingote, Peridis, Mendi y Mena. Otras obras relacionadas con El Quijote de Chumy Chúmez, Almarza, Alfredo, Ballesta y Madrigal. En una casa que recrea el ambiente y la decoración del siglo XVI.

Siguiendo con Cervantes, supongo que sabréis que el 12 de septiembre pasado, se estrenó en los cines españoles “El Cautivo” una coproducción hispano-italiana, dirigida por Alejandro Amenábar, con Julio Peña como protagonista.

No abundan las películas sobre la figura de Cervantes. Concretamente, la de Amenábar, es solo la tercera producción dedicada al gran escritor español. La primera fue “Cervantes”, en 1967, dirigida por Vincent Sherman, con Francisco Rabal y Gina Lollobrigida. La segunda película se titula “Miguel y William”, dirigida por Inés París, en 2007, siendo Juan Luis Galiardo el encargado de encarnar a Miguel de Cervantes. También hubo una miniserie de TV, de 1981, titulada “Cervantes”, con Julián Mateos en el papel del escritor madrileño.

Me alegra enormemente que se haya estrenado una película como “El Cautivo”, dedicada a su figura y a su cautiverio. Siempre hablamos de él como el autor de “El Quijote”, pero pocas veces nos detenemos a pensar en el hombre que hubo detrás: el soldado, el prisionero, el soñador, el aventurero…, que nunca dejó que la adversidad le arrebatara su voz.

Contar esa parte de su vida en la gran pantalla, me parece un regalo necesario, porque su cautiverio no fue solo una etapa oscura, sino también el origen de una mirada más profunda sobre la condición humana; esa mirada que luego daría forma a la literatura más universal que tenemos. Pero más allá de las letras, Miguel de Cervantes tuvo una vida aventurera, en la que no faltaron batallas, cautiverios, fugas y muchas adversidades.

Había nacido en septiembre de 1547, en Alcalá de Henares, siendo el cuarto hijo de Rodrigo Cervantes y Leonor Cortinas. Pero fue con 22 años, cuando se tiene la primera noticia sobre él.

En septiembre de 1569, se publicó en Madrid un edicto real, firmado por Felipe II, que ordenaba la detención de un tal “Miguel de Cervantes”, acusado de haber herido en un duelo a un maestro de obras llamado Antonio de Sigura. Y Cervantes, no queriendo dar con sus huesos en la cárcel, o recibir un castigo mucho peor, que podía incluir la amputación de la mano derecha, y hasta la pena de muerte por garrote, huyó de Madrid. La justicia lo declaró en rebeldía y el rey emitió la orden de busca y captura.

A partir de ahí, Miguel de Cervantes desaparece de la escena madrileña, y poco después aparece en Italia. Recién llegado a Roma, entró al servicio del joven cardenal napolitano Giulio Acquaviva, muy influyente en la corte papal.

Allí se empapó de la vida cultural italiana, la arquitectura, las artes y, sobre todo, de la poesía renacentista. Participó en viajes diplomáticos, acompañando al cardenal, y Cervantes siempre guardará un grato recuerdo de sus años en Italia, y así lo refleja en una de sus Novelas ejemplares: El licenciado vidriera, donde aparecen perfectamente descritas las ciudades que visitó: Roma, Milán, Florencia, Venecia, Siena y Nápoles.

Pronto, su espíritu aventurero, le hizo iniciar una nueva vida como soldado en las tropas españolas en Nápoles, ingresando en la compañía del capitán Diego de Urbina, del Tercio de Miguel de Moncada, junto con su hermano menor Rodrigo, que se unió a la misma compañía que él.

Hacía años que las naves turcas se habían lanzado al control del Mediterráneo occidental. Las costas italianas y españolas estaban cada vez más amenazadas y la isla de Malta estuvo a punto de ser tomada en 1565. Ante el creciente peligro, España, la República de Venecia y los Estados Pontificios formaron una alianza para enfrentarse a la armada turca y detener su avance. Así se constituyó una Liga, llamada Santa por participar la Santa Sede, que se puso bajo el mando de don Juan de Austria, el hijo natural de Carlos V, pues España sufragaba la mitad de los costes de la alianza.

Miguel de Cervantes participó con su compañía del Tercio, embarcado en la galera “Marquesa”. Tras concentrarse en Mesina, la armada cristiana zarpó hacia aguas griegas a mediados de septiembre de 1571. El 7 de octubre de ese mismo año, seiscientas naves entraron en combate en Naupacto (Grecia), ciudad conocida también como Lepanto, y que daría nombre a una de las batallas navales más famosas de la historia.

El balance de bajas en la Liga Santa fue grande: 15 galeras perdidas, 7.650 muertos y 7.784 heridos. En el bando otomano se hundieron también 15 galeras, pero otras 160 fueron capturadas, aunque algunas de éstas quedaron en tan mal estado que pronto se hundieron también. El número preciso de muertos turcos se desconoce, pero se calcula en unos 30.000. Más exacta es la cifra de prisioneros, unos 8.000, que serían convertidos en esclavos. Fueron liberados asimismo unos 12.000 galeotes cristianos, entre los que había numerosas mujeres.

Haber participado en la batalla de Lepanto fue siempre uno de los mayores orgullos de Cervantes, que la definió, en el prólogo de la segunda parte de El Quijote, como “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”.

Durante la batalla, recibió tres heridas de arcabuz; dos en el pecho, y una en la mano izquierda, que le seccionó un nervio, perdiendo el uso de esa mano. Por ello se ganó el apodo del “manco de Lepanto”, y él mismo, cuando se dedicó a la escritura, añadió a su apellido el de “Saavedra”, que vendría de “shaibedraa”, que en dialecto árabe magrebí se pronuncia casi como en español y significa “brazo tullido o estropeado”; es además un apellido corriente en Argelia desde hace siglos (hipótesis defendida por varios historiadores y por Vicente Sánchez Moltó, Cronista Oficial de Alcalá de Henares).

El almirante Álvaro de Bazán, uno de los principales comandantes de la flota, alabó a Cervantes por su valentía, ya que combatió aun estando “malo y con calentura”, es decir, enfermo. El haber perdido el uso de una mano no fue un impedimento para que, a los pocos meses de la batalla, se reincorporara al ejército, en el Tercio viejo de don Lope de Figueroa; célebre después porque lo inmortalizó Calderón de la Barca en El Alcalde de Zalamea, y participara en otras batallas en Corfú, Túnez y Palermo; siempre con la esperanza de obtener un ascenso, cosa que nunca llegó. Con él está también su hermano Rodrigo.

Finalmente, cuatro años más tarde, en septiembre de 1575, decidió abandonar el ejército y regresar a España. Durante el viaje de regreso desde Nápoles, sucedió algo que iba a cambiar de nuevo su vida.

A la altura del Golfo de Rosas, en el litoral catalán, la galera Sol, en la que viajaban los dos hermanos Cervantes, fue capturada por una flotilla musulmana de corsarios berberiscos, y llevada a Argel. Miguel, que llevaba consigo cartas de recomendación de D. Juan de Austria, y del duque de Sessa, fue tomado por un personaje importante y capturado con la expectativa de recibir un cuantioso rescate por él.

Cervantes pasó cinco años en Argel como esclavo cautivo, mientras su familia intentaba reunir los quinientos escudos de oro que pedían como rescate. Los cautivos cristianos vivían en condiciones muy duras: trabajos forzados, hacinamiento, hambre, palizas. Aún así, Miguel de Cervantes se convirtió en una especie de líder moral entre los presos. Durante ese tiempo, organizó e intentó cuatro fugas junto con sus compañeros y su hermano; todas infructuosas; con cada fracaso se intensificaba la vigilancia sobre él y sus condiciones de cautiverio empeoraban, pero eso no le hacía desistir de volver a intentarlo.

Después del primer intento de fuga, su familia consiguió al menos parte del rescate, suficiente para liberar a su hermano: Rodrigo volvió a casa, no sin antes pactar con Miguel un plan para liberarlo a él, enviando una nave a la costa argelina para recogerlo en una cueva; pero la nave fue apresada y el segundo intento de fuga terminó mal también. El tercero y el cuarto fracasaron incluso antes de empezar, uno porque el mensajero que debía solicitar ayuda española cayó preso, y el otro, porque el mercader sobornado le traicionó y reveló el plan.

Finalmente, en septiembre de 1580, le llegó la libertad mediante el pago del rescate por parte de los frailes de la Orden de la Santísima Trinidad, que entre otras cosas se ocupaban de la liberación de cautivos cristianos, mediante donaciones y colectas. En octubre de aquel año pudo regresar a casa, junto con otros prisioneros liberados.

A pesar de los problemas personales que le había supuesto su cautiverio, Cervantes supo aprovechar en cierta medida esos cinco años de cautiverio y usarlos de inspiración para algunas de sus obras, como Los baños de Argel y Los tratos de Argel, que transcurren precisamente en la ciudad que había sido su prisión. Además, sus conocimientos de la cultura del norte de África le sirvieron para algunas misiones encomendadas por Felipe II, con las que esperaba pagar las deudas contraídas para su rescate y ganarse el favor del rey.

Sin embargo, Miguel de Cervantes era un hombre de talento, pero de fortuna escasa. Había servido con valentía a la Corona, pero ni ese honor ni su cautiverio en Argel le había granjeado la estabilidad económica que tanto ansiaba.

En 1587, fue Comisario de Abastos para la Armada Invencible. En este cargo debía requisar trigo, aceite y otros víveres en Andalucía para la flota, y esto le generó muchos problemas con los campesinos y terratenientes.

Harto de la precariedad y anhelando un nuevo comienzo, pensó hacer fortuna en las Indias, pero no quería viajar de cualquier manera, sino para un puesto de cierta importancia. Lo solicitó en 1582, pero le fue denegado.

De nuevo lo intentó en 1590, con la presentación de un detallado Memorial ante el poderoso Consejo de Indias. En este documento, Cervantes no escatimó en destacar sus méritos como soldado y su lealtad, solicitando uno de los cuatro cargos que se encontraban vacantes al otro lado del Atlántico. Soñaba con la prosperidad, que solo un puesto oficial en las Indias, podía ofrecerle.

El Consejo, sin embargo, no compartió su entusiasmo. El escritor no tenía la experiencia administrativa ni las influencias necesarias para tales puestos. La respuesta, escrita con mano fría al margen de su heroica solicitud, fue una de las frases más famosas de la burocracia española; una respuesta histórica, breve y contundente, negándole todos los puestos: “Busque por acá en que se le haga merced”.

Frustrado y obligado a permanecer en la Península, Cervantes tuvo que resignarse a oficios ingratos como recaudador de impuestos. Fue esa vida de penalidades, desengaños y un profundo conocimiento de la España marginal, lo que alimentó su genio y lo llevó a dedicarse de lleno a la escritura.

Si el Consejo de Indias le hubiera concedido su sueño de un puesto en las Indias, probablemente habríamos tenido un modesto funcionario colonial. Pero gracias a ese frío rechazo, la historia nos legó al genio literario que, aunque no pisó las tierras de América, logró que su obra maestra, Don Quijote de la Mancha, sí lo hiciera, navegando y conquistando el Nuevo Mundo.

Y efectivamente, el oficio de recaudador de impuestos fue ingrato. En septiembre de 1597, la vida de Miguel de Cervantes se derrumbó de nuevo con la brusquedad de un golpe judicial. Tras años de servicio peligroso como recaudador de impuestos en la turbulenta Andalucía, la Real Hacienda determinó que faltaba una gran suma de dinero en sus cuentas. El problema no era el robo, sino el infortunio, ya que el banquero sevillano Simón Freire, a quien Cervantes había confiado los fondos públicos, había quebrado y huido con el capital.

Para la Corona, la explicación no era suficiente. Como funcionario responsable, Cervantes era legalmente culpable de la pérdida. El escritor, ya fatigado por los sinsabores y las estrecheces, fue encarcelado en la temida cárcel real de Sevilla.

La prisión no era un lugar de meditación; era un lugar de miseria, astucia y desorden. Cervantes se encontró inmerso en un mundo de pícaros, deudores, y criminales, un ambiente que, irónicamente, conocía bien por sus andanzas como comisario. Fue allí, en las incomodidades de su celda, donde el soldado y escritor encontró la única salida a su amargura: la evasión literaria.

Tras unos tres meses de encierro, fue puesto en libertad bajo fianza, a principios de diciembre de 1597. La justicia sevillana aceptó que no había existido una intención dolosa de robar y permitió su salida, siempre y cuando un fiador garantizara que el escritor comparecería ante las autoridades y que la deuda sería, eventualmente, saldada.

Sin embargo, ese breve encierro tuvo una consecuencia inmortal. Como él mismo sugeriría después, la cárcel de Sevilla fue la "madre" de su ingenio. Fue allí donde, según la tradición, se "engendró" la idea de una gran obra que parodiaría el mundo caballeresco y narraría las aventuras de un hidalgo llamado Don Quijote de la Mancha. Las paredes de una celda forzaron a Cervantes a concentrar toda su frustración vital y su genio narrativo en la creación que lo haría eterno.

La vida amorosa, matrimonial y familiar de Miguel de Cervantes fue, al igual que su vida económica, compleja y a menudo marcada por las dificultades. Antes de su matrimonio, Cervantes tuvo una relación de la que nació su única descendiente conocida. Su amante se llamaba Ana de Villafranca (también conocida como Ana Franca de Rojas). Era una joven tabernera, casada con un hombre llamado Alonso Rodríguez, por lo que la relación de Cervantes fue adúltera, según la ley de la época. La relación fue breve, pero intensa. Fruto de esta relación nació Isabel de Saavedra, su única hija.

Cervantes contrajo matrimonio a finales de 1584, buscando quizás la estabilidad económica y social que nunca tuvo. Su esposa fue Catalina de Salazar y Palacios, que procedía de una familia hidalga, aunque modesta, de Esquivias (La Mancha). Era 18 años más joven que él.

El matrimonio parece haber sido una transacción social y económica más que un apasionado romance. Catalina aportó una modesta dote (que consistía en propiedades, enseres y viñas) que Cervantes necesitaba, pero el matrimonio fue infeliz y no tuvieron hijos en común.

La pareja vivió gran parte de su vida separada. A partir de 1587 (apenas dos años después de casados), Cervantes se ausentó de Esquivias para trabajar en Andalucía como comisario y recaudador.

La obra cumbre de Cervantes, “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”, fue publicada en Madrid, a principios de 1605, imprimiéndose en la imprenta de Juan de la Cuesta. Sin embargo, en ese momento, Cervantes no vivía en Madrid, sino en Valladolid. La capital del Reino se había trasladado de Madrid a Valladolid en 1601, por orden de Felipe III. Ello provocó que, muchos personajes se mudaran allí para estar más cerca de los centros de poder y sus posibles oportunidades.

En Valladolid, Cervantes residía con su familia: su hija Isabel, sus hermanas Andrea y Magdalena, y su sobrina Constanza, hija de Andrea. Este grupo de mujeres era conocido, despectivamente, por los vecinos como “Las Cervantas”. Su reputación se vio seriamente dañada por el encarcelamiento de Miguel y su familia, aunque no tuvo nada que ver con sus anteriores problemas de malversación, sino con un misterioso asesinato. Este incidente es conocido como el “Caso Ezpeleta”, y ocurrió unos meses después de su exitosa publicación de la primera parte de don Quijote de la Mancha.

En la noche de 27 de junio de 1605, un caballero de la Orden de Santiago, llamado don Gaspar de Ezpeleta, fue gravemente herido por una estocada de espada, frente a la casa donde vivía con su familia. El propio Miguel de Cervantes y vecinos de la casa salieron a auxiliar al herido, y lo subieron a una de las viviendas, donde fue atendido por un barbero cirujano. Dos días después, Ezpeleta murió sin haber identificado a su agresor.

​​La hospitalidad de Cervantes fue recompensada con la cárcel. El juez de la Audiencia de Valladolid, con el fin de investigar el crimen y presionado quizá por querer desviar la atención de los círculos nobles, decidió detener a once personas, incluyendo a Cervantes y a las mujeres de su familia.

La hipótesis más fuerte era que el caballero Ezpeleta había sido atacado por un marido ofendido o un rival amoroso. Las autoridades, al no querer investigar a personas influyentes, usaron a la familia Cervantes como chivo expiatorio para desviar las sospechas.

Aunque finalmente el juez cerró el caso por falta de pruebas y liberó a todos los detenidos, la mala reputación social quedó adherida a las mujeres de la familia. Este escándalo fue tan dañino para su reputación, en una sociedad obsesionada con el honor, que influyó en la decisión de Cervantes de abandonar Valladolid y regresar a Madrid.

Ya en Madrid, en 1613, tres años antes de morir, Miguel de Cervantes profesó en la Tercera Orden Franciscana (orden laica). Al año siguiente, en 1614, siempre falto de dinero, participó en el certamen poético promovido con ocasión de la beatificación de Teresa de Jesús, obteniendo un premio que consistió en un par de medias de seda. En 1615, un año antes de morir, publicó la segunda parte de "Don Quijote de la Mancha".

Los últimos días de Miguel de Cervantes, en abril de 1616, estuvieron marcados por la serenidad literaria y, a la vez, por la soledad familiar parcial, pero con la presencia de su esposa Catalina.

​​Cervantes falleció en su casa de Madrid, en la calle del León (hoy dentro del barrio conocido como el “Barrio de las Letras”). Se cree que la causa de su muerte fue la diabetes mellitus tipo 2, una enfermedad entonces poco conocida, que él describía como una "hidropesía" (hinchazón y sed insaciable).

​En sus últimos días, a pesar del deterioro físico, Cervantes se dedicó a concluir su novela póstuma, "Los trabajos de Persiles y Sigismunda". El 19 de abril de 1616, con un pulso tembloroso, escribió la famosa dedicatoria del Persiles al conde de Lemos, que contiene una de las frases de despedida más bellas y conmovedoras de la literatura:

​"Puesto ya el pie en el estribo, / con las ansias de la muerte, / gran señor, ésta te escribo."

​El 22 de abril de 1616 (fue enterrado el 23), Cervantes moría cristianamente en Madrid, a la edad de 69 años. Su esposa se encargó de cumplir su voluntad. Así, fue amortajado con el hábito franciscano y lo sepultaron en la iglesia de las monjas Trinitarias Descalzas. Un cronista de la época explica que "su cadáver fue amortajado con el sayal de San Francisco, y colocada en su diestra una sencilla cruz de madera. Cuatro Hermanos de la Orden Tercera lo llevaron, seguido de dos poetas fieles amigos suyos, a la iglesia de monjas trinitarias, donde al día siguiente recibió cristiana sepultura”.

José Antonio Parra