EL CARDENAL E ISABEL DE FARNESIO
La vida es un cúmulo, a veces rocambolesco, de situaciones que algunos individuos entienden con habilidad, y así son capaces de llegar al fin previsto con éxito. Es el caso de nuestro cardenal, un humilde monaguillo de pueblo en sus orígenes.
JOSÉ ANTONIO PARRA TOMÁS
José Antonio Parra en Asociación la Tortuga de El Charco
5/18/20259 min read


En 1702 el Mariscal francés Luis José de Borbón, duque de Vendôme (los que hayáis visitado Paris seguro que habréis estado en la plaza Vendôme, símbolo del lujo de los grandes joyeros, tales como Cartier, Chaumet, etc. Allí se encuentra uno de los hoteles más prestigiosos de París, el Hotel Ritz, en cuyo primer piso falleció Frederic Chopin. En el centro de la plaza, donde se encontraba la antigua estatua del Rey Sol, se sitúa la Columna Vendôme, inspirada en la Columna de Trajano de Roma. Es un monumento militar concebido en honor de las campañas victoriosas de Napoleón en Alemania; se fundió con el bronce de los 1200 cañones tomados a los ejércitos vencidos en la batalla de Austerlitz, en 1805).
Pues bien, continúo. El duque de Vendôme ocupaba el ducado de Parma (Italia), como comandante general de las tropas francesas en Italia. El ducado de Parma estaba gobernado por Francisco Farnesio, cuya sobrina e hijastra se llamaba Isabel de Farnesio.
El arzobispo Romovieri fue el encargado por el duque de Parma para tratar con el Mariscal, y acudió a visitarlo al palacio que ocupaba. El duque de Vendôme lo recibió mientras estaba sentado en su sillico que, según la Real Academia de la Lengua Española, es el nombre que recibe el “bacín o vaso alto y redondo para los excrementos”. Eso no era de extrañar, pues en aquellos tiempos no era raro recibir a las visitas mientras se hacían las necesidades. Incluso se cuenta que Madame Pompadour, ya más avanzado el siglo, se hacía dar lavativas en su salón delante de sus visitas y solo separadas de ellas mediante un biombo, en cuyo lado aparecía su cabeza conversando tranquilamente como si nada sucediese.
El duque, pues, recibió al arzobispo mientras hacía sus necesidades, cosa bastante difícil, pues el duque padecía de estreñimiento crónico y hemorroides. Mientras el arzobispo iba realizando las peticiones, el duque, sin encomendarse en Dios ni en el diablo, se levantó del sillico y le mostró el culo al arzobispo diciendo: ¡Estos son los problemas que me preocupan en este momento!
El arzobispo, indignado (no era para menos), se levantó de su sillón y se marchó. Pero como no había más remedio que tratar con el duque, el arzobispo envió en su lugar a un clérigo joven, muy listo, y al que tenía mucha estima. Este joven clérigo había nacido en el seno de una familia humilde. Su padre era un jardinero al servicio del duque de Parma. De pequeño ejerció de monaguillo llegando a ser campanero y, con los años, presbítero de su ciudad. Su inteligencia propició que Monseñor Romovieri lo tuviera entre sus clérigos preferidos.
Se presentó, pues, el clérigo al duque quien, avisado de la visita, lo recibió también sentado en su sillico y, en el momento que entró el clérigo, sin dejarle hablar se levantó y enseñó sus posaderas al mensajero. El clérigo, ni corto ni perezoso, se acercó al duque y exclamó: ¡Oh, che culo d’angelo! Y aprovechando la sorpresa del duque le dio consejos para cuidar las hemorroides y le pidió permiso para ir a la cocina y prepararle unos platos especiales para el caso. No habló para nada de los asuntos que le había encargado el arzobispo, pero le presentó unos macarrones con mantequilla y otros alimentos por el estilo y se despidió hasta el día siguiente en el que le preparó nuevos platos que aliviaron mucho al duque. Después presentó todas sus peticiones. El duque de Vendôme le concedió todo lo que pidió y la presencia del joven clérigo se hizo tan necesaria que cuando el duque regresó a Francia se lo llevó consigo como secretario.
En 1710, el duque de Vendôme fue enviado a España para dirigir las tropas de Felipe V en la guerra de Sucesión española. Y con él vino el clérigo. Las tropas felipistas, bajo su mando, fueron de victoria en victoria. Después de la batalla de Villaviciosa, el duque de Vendôme se retiró a Vinaroz a descansar y allí falleció, en 1712, según se dijo, de una indigestión de langostinos.
El clérigo se encargó del cadáver que, por expreso deseo del rey Felipe V, que era primo del duque, fue llevado a El Escorial y enterrado en el panteón de los Infantes. Se puede ver su sarcófago en la sala que se encuentra después de la horrible tarta blanca. Es la tercera o cuarta sepultura a mano izquierda.
¿Y qué hizo entonces el clérigo? Pues arrimarse al rey Felipe V y a su esposa Mª Luisa de Saboya. La reina tenía como confidente y persona de confianza a María Ana de la Tremouille, viuda dos veces, la segunda vez del príncipe Orsini. Los españoles en lugar de llamarla princesa Orsini, la llamaban princesa de los Ursinos. Tenía 59 años y digo esto, porque en cierta película española de los años 50, según creo, se la presentaba como una joven pizpireta y vampiresa, lo que no se corresponde con la realidad.
La cuestión es que el buen clérigo se hizo amigo de todos, del rey, de la reina, y de la todopoderosa princesa Orsini. A base de platos y guisados se los metió a todos en el bolsillo. Sin embargo, en 1714 muere la reina, y el clérigo, listo y entrometido, fiel siempre a sus soberanos de Parma, los Farnesio, proyecta y convence al rey de un matrimonio con Isabel de Farnesio. Según se cuenta la chica tenía 22 años, pero era feúcha y algo gordita, porque se atiborraba a mantequilla y queso parmesano. Había estudiado gramática, filosofía, geografía, sistemas celestes, historia, música, pintura, latín y hablaba español y francés, además del toscano. ¡Ahí es nada!
Así́ pues, el 16 de septiembre de 1714 se celebró el casamiento por poderes. De camino a su nuevo reino, tras atravesar tierras italianas y francesas, Isabel de Farnesio visitó en el castillo de Pau (Francia) a su tía Mariana de Neoburgo, reina viuda de Carlos II, quien le advirtió́ del tremendo poder que ejercía la princesa Orsini en la corte de Felipe V. Tomó buena nota de ello, pues Isabel no estaba dispuesta a que nadie influyera en la voluntad del rey.
La ocasión se le presentó en el primer contacto y el último entre ella y la princesa Orsini. Cuando se la presentaron, la princesa Orsini, alegando un dolor de rodilla, apenas le hizo la reverencia; Isabel se lo disculpó con una sonrisa, y la princesa Orsini, creyéndose que iba a poder hacerse con la voluntad de la nueva soberana, cuando ya estaban en el salón, le hace dar un giro indicándole el exceso de kilos y haciéndole ver su cintura tan gruesa. Cuentan las crónicas que la Farnesio palideció e inmediatamente llamó al jefe de la guardia y en perfecto castellano le dijo: ¡Llevaos de aquí a esta loca que ha osado insultarme!
El oficial de la guardia, conocedor del poder de la princesa Orsini, le pide a la reina que le diera la orden por escrito. Tomó asiento la reina y escribió en un papel sobre su propia rodilla la orden de destierro de la princesa. Y sin darle tiempo para cambiarse de ropa, ni despedirse del rey, fue metida en una carroza, que se rodeó con cincuenta soldados, y se la condujo a la frontera francesa, con la prohibición rigurosa de no pisar más España. Pasó el resto de su vida en el exilio en Francia.
El clérigo sí que se hizo con la voluntad y el favor de la Farnesio, ya que esta conocía la labor del mismo para su matrimonio con Felipe V. Así, fue nombrado, primero Obispo de Málaga, después Grande de España y, en 1717, a petición de la corte española, el Papa lo nombra Cardenal, siendo finalmente primer ministro de Felipe V.
Como miembro ya del aparato estatal, impulsó una política que combinaba las reformas económicas, junto con medidas sociales marcadamente conservadoras. Creó un servicio regular de correos con las colonias españolas en América y una nueva escuela de navegación en la que solo podían ingresar los nobles, y restauró la Santa Inquisición.
Con el fin de impulsar la reconstrucción económica del país tras la Guerra de Sucesión, disminuyó ligeramente las competencias de los Grandes de España y abolió las aduanas internas entre los distintos reinos de la monarquía hispánica (con la excepción de las de Navarra y las provincias vascas). También estimuló el comercio con América, trasladando la Casa de Contratación de Sevilla a la más avanzada ciudad de Cádiz.
Su política no se limitó a las cuestiones económicas. Su objetivo último era el de devolver su papel como potencia europea a España, que le había sido arrebatado junto con muchas de sus posesiones en el Tratado de Utrecht de 1713. Con el fin de que el país recobrase su antigua preponderancia en el Mediterráneo occidental, se embarcó en un ambicioso proyecto que pretendía recobrar las antiguas posesiones españolas en Italia y limitar el avance de los Habsburgo de Austria. Entre 1717 y 1718 llevó a cabo una activa política para ganarse el apoyo del papado y Francia en la nueva expansión, que se materializó en la conquista de Cerdeña y gran parte de Sicilia.
Con el fin de quitarse de en medio a su principal oponente, concibió un rocambolesco plan de invasión de Inglaterra en 1719, que nunca llegó a materializarse por culpa de una tormenta que dañó la flota invasora española. Francia no apoyó a España esta vez, sino que se unió a Gran Bretaña, Austria y Holanda en la Cuádruple Alianza, algo que, en definitiva, ponía a España en contra de todo el continente europeo. Antes de que la cosa fuese a más, Felipe V decidió sacrificarle, ordenándole el 5 de diciembre de 1719 que abandonase España, algo que no pudieron evitar ni siquiera las protestas de Isabel de Farnesio. Después de un accidentado viaje, llegó a Roma, donde todos sus cargos fueron sobreseídos con todos los pronunciamientos favorables.
Felipe V e Isabel de Farnesio tuvieron siete hijos. Isabel, era consciente de que los hijos del primer matrimonio de su esposo, Luis y Fernando, tenían más derechos que los suyos a suceder a su padre. Por ello desplegó todo tipo de intrigas para situar a sus descendientes en tronos italianos. Finalmente, Isabel logró su objetivo. El infante Carlos de Borbón se convirtió en rey de Nápoles, y su hermano Felipe en duque de Parma.
Mientras, Felipe V caía en depresiones que lo sumían en una melancolía y desconsuelo cada vez más intensos, con un abandono cada vez más prolongado de su higiene personal. El 14 de enero de 1724 anunció solemnemente que abdicaba en su hijo mayor, Luis, para retirarse con su esposa al palacio que había construido en La Granja de San Idelfonso.
Luis I, subió al trono, pero aún no había transcurrido su primer año de reinado, cuando falleció a causa de la viruela. Entonces Isabel convenció a su marido de que Dios manifestaba su voluntad de devolverle la corona. Isabel asumió́ poderes de gobernadora con motivo de las nuevas crisis de Felipe V. El rey se mordía, decía que querían envenenarlo. No se cambiaba de ropa, y no podía andar porque no se dejaba cortar las uñas de los pies...
En 1737, con motivo de un nuevo ataque de melancolía del rey, Isabel hizo venir a la corte al cantante más famoso de su época, el napolitano Carlo Broschi, llamado también Farinelli, que era un castrato que había triunfado como soprano en todas las cortes europeas. Se cuenta que, estando el rey sumido en lo más profundo de su depresión, la voz del artista le transfiguró. Cuando el rey le preguntó qué recompensa deseaba, Farinelli le rogó que abandonara la cama, se afeitara y trabajara en el despacho, a lo que el rey accedió́.
Pero Felipe V estaba cada vez más enfermo. Su fin se acercaba; estaba agotado. Isabel de Farnesio asiste junto a él a las reuniones de los Consejos de Estado. Es ella la que lleva la voz cantante y se ocupa de todo, pues Felipe V parece no interesarse por nada y la deja hacer. El 9 de junio de 1746, mientras el matrimonio está leyendo unos documentos, Felipe V cae muerto en los brazos de su esposa. Tenía sesenta y dos años.
Convertida en reina viuda, pronto surgieron fuertes desavenencias con su hijastro, ya convertido en Fernando VI, quien la desterró al Real Sitio de la Granja de San Ildefonso en Segovia, aunque ella se construyó otra residencia cerca, el Palacio Real de Riofrío.
Volvió́ a Madrid en 1759, después de la muerte de Fernando VI, cuando su primogénito, don Carlos (Carlos III), vino de Nápoles a hacerse cargo del trono español. Con casi 70 años, sin apenas ver y sin la fogosidad de antaño, se retiró al palacio de Aranjuez, donde falleció el 20 de julio de 1766. Fue inhumada en La Granja, tan cerca de su esposo como siempre había estado.
¿Y qué había sido del Cardenal? El Cardenal, también ya viejo, se había retirado a su villa natal y se había dedicado a obras de caridad y de asistencia pública. Murió el 26 de junio de 1752, a los 88 años de edad. Dejó sus posesiones y lo que le quedaba de su fortuna española, al seminario que acababa de fundar, que lleva su nombre y que aún existe hoy, y en cuya capilla está enterrado.
Se llamaba Julio Alberoni.
José Antonio Parra Tomás
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