EL HÉROE DE CASCORRO
La pérdida de las colonias ha sido uno de los grandes traumas de la sociedad española del pasado siglo. Aquellas pérdidas supusieron un elemento más de inestabilidad política y social que todavía hoy no hemos terminado de asimilar. Aquellos episodios bélicos supusieron la posibilidad de sobresalir, por su arrojo, de algunos de sus protagonistas, aunque lamentablemente, como sucede en este caso, el nombre que recordamos, el nombre que ha pasado a la historia no es el del héroe, si no el de su batalla.
JOSÉ ANTONIO PARRA TOMÁS
José Antonio Parra en Asociación la Tortuga de El Charco
9/6/20258 min read


Supongo que muchos conocéis o, por lo menos, habréis oído hablar del Rastro madrileño, ese mercado al aire libre que se celebra los domingos y festivos en el centro histórico de Madrid, en el popular barrio de La Latina. Un mercadillo con más de 400 años de historia, en el que se pueden encontrar tanto objetos cotidianos de segunda mano, como curiosos artilugios antiguos, todo ello envuelto en un ambiente de lo más animado.
Comienza en una plaza y continúa por toda la calle de la Ribera de Curtidores, llamada así porque era el antiguo lugar donde se encontraban las curtidurías, muy próximas al matadero. La denominación del mercadillo proviene del hecho de que durante el traslado de las reses hasta las curtidurías se dejaba un rastro de sangre que fue el que dio origen al nombre del famoso mercadillo del Rastro.
Pues bien, a lo que iba, en la plaza donde comienza el Rastro, se alza una estatua dedicada a Eloy Gonzalo, el héroe de Cascorro, por eso la plaza recibe ese nombre, plaza de Cascorro. Muchos españoles saben poco de este soldado y de lo que le hizo merecedor de un monumento, pero la generación que vivió la terrible Guerra de Cuba lo conoció bien. Fue el gran héroe de España. Se podría decir, incluso, que fue el único que alcanzó verdadera fama en los medios de comunicación, tras protagonizar uno de los episodios bélicos más heroicos de aquel conflicto.
Lo que ningún periódico recogió en su momento fue la triste y curiosa historia que escondía este héroe de aquella guerra que culminó con la derrota de España, la independencia de Cuba y una nueva era de imperialismo mundial para Estados Unidos.
Todo comenzó para Gonzalo, pocas horas después de su nacimiento en Madrid, el 1 de diciembre de 1868, cuando fue abandonado a las 11 de la noche en la inclusa de las Hermanas de la Caridad de la calle Mesón de Paredes, en el barrio de Lavapiés. El frío de aquel invierno fue mortal, pero encontraron al recién nacido a tiempo. Entre la ropa llevaba una nota para las religiosas, nota que hoy se conserva en el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid, que decía: “Este niño nació a las seis de la mañana. Está sin bautizar y rogamos que le pongan por nombre Eloy Gonzalo García, hijo legítimo de Luisa García, soltera, natural de Peñafiel. Abuelos maternos, Santiago y Vicenta”.
El futuro héroe nunca conoció a sus padres, puesto que fue adoptado a los pocos días por la esposa de un guardia civil, que acababa de perder a un hijo recién nacido y aún podía darle de mamar. Buscaba, además, los 30 reales mensuales que le daban de ayuda para sufragar su educación y que a buen seguro le hacía falta. Con esta familia vivió su infancia, entre los pueblos de San Bartolomé de Pinares (Ávila) y Robledo de Chavela (Madrid). Sin embargo, la ayuda solo se entregaba hasta que el huérfano cumplía los 11 años, de manera que, al alcanzar esa edad, en 1879, no quisieron seguir manteniéndolo a su costa y lo entregaron a otra familia de Chapinería, otro pueblo de Madrid.
Allí, se instaló Eloy Gonzalo para ganarse la vida como jornalero, peón de albañil, carpintero y aprendiz de barbero, hasta que fue llamado a filas en 1889. En su ficha militar se le describe como un hombre de pelo castaño, ojos azules y 1,75 metros de estatura. Fue destinado al Regimiento de Dragones Lusitania, 12º de Caballería, donde ascendió al empleo de cabo dos años después, por su buen comportamiento y su eficiencia en el servicio. En el ejército encontró su sitio y su razón de ser. Se sentía orgulloso del servicio que prestaba, tras ser abandonado por su madre y haber llevado una vida de penurias y poco afecto.
Pero no se acabaron aquí las tragedias. En 1892 pasó al Cuerpo de Carabineros del reino y, en el verano de 1894, fue destinado a la Comandancia de Algeciras. Había encontrado por fin en la milicia una “familia adoptiva” en la que desarrollarse.
En Algeciras conoció a una muchacha y se enamoró de ella, tanto que, pocos meses después, solicitó permiso a sus superiores para casarse con ella. Fue entonces cuando su vida, en el momento más feliz, se vino abajo: en febrero de 1895, sorprendió a su prometida en la cama con un teniente. Esta nueva y doble traición (la de su novia y la de un oficial) fue demasiado para él; zarandeó al teniente y le amenazó de muerte con su pistola.
El oficial lo denunció, y Eloy Gonzalo fue arrestado y sometido a un Consejo de Guerra, en el que fue condenado a 12 años de prisión en Valladolid, por los delitos de insubordinación y amenazas. Tenía 27 años y tendría que estar en la cárcel hasta los 39.
Pero en agosto de 1895, el Congreso de los Diputados aprobó una ley de amnistía para todos aquellos presos, que no tuvieran delitos de sangre, y que estuvieran dispuestos a luchar en la recién comenzada última fase de la Guerra de Cuba (algo parecido a lo que hizo Estados Unidos setenta años más tarde, cuando envió a convictos a la guerra de Vietnam).
En noviembre, Eloy Gonzalo se acoge a esta nueva ley y pide que lo envíen a la isla para, tal y como expuso en su petición al ministro de Guerra, “limpiar su honra, derramando la sangre por la patria”. La lenta maquinaria de la administración agilizó los trámites para aprobar su petición, ya que era necesario el máximo contingente posible para luchar contra los insurrectos cubanos. Así, el 25 de noviembre de 1895, embarca en un vapor en La Coruña con destino a La Habana, donde se incorpora al regimiento María Cristina, para un año después, ser destacado en la famosa guarnición de Cascorro, donde se hallaba situado un fuerte español, a 60 kilómetros al sureste de Camagüey, en el centro de la isla.
Parece ser que aquel era el lugar perfecto para poder expiar la culpa con su propia sangre, ya que Cascorro era indefendible, y el ejército español nunca debería haber intentado conservarlo. El comandante supremo español en Cuba, el capitán general Valeriano Weyler, que llegaría a ser conocido por el público americano como el “Carnicero”, admitió en sus memorias que este enclave carecía de importancia militar, además de ser un objetivo muy fácil para los insurrectos cubanos. Con el tiempo, Weyler acabaría abandonando este y otros puestos aislados e inútiles, pero no antes de que el ejército independentista iniciara su asedio el 22 de septiembre de 1896.
El panorama de la guarnición, al comienzo del combate, era desolador. Frente a los dos mil hombres del ejército independentista, los españoles solo tenían 170. Estaban diezmados y debilitados por la disentería, la malaria, el tifus, la fiebre amarilla y otras enfermedades, y carecían de víveres y municiones suficientes para resistir un combate largo. Tampoco disponían de artillería para responder a los tres cañones cubanos de 70 milímetros.
Conociendo su aplastante superioridad, los jefes independentistas propusieron las condiciones de la rendición, pero el comandante de la guarnición española, el capitán Francisco Neila, no quiso ni hablar de ello. Los cubanos dispararon entonces más de 200 obuses de artillería sobre los tres pequeños fuertes que componían Cascorro, matando e hiriendo a 21 soldados. Sin embargo, la potencia y precisión de los fusiles Máuser españoles mantenía a raya a los insurrectos, pero no por ello la situación dejaba de ser insostenible, sobre todo después de que estos tomaran un edificio a escasos 50 metros del fuerte principal, poniendo en grave riesgo la posición española. Tan cerca estaban que, incluso los anticuados rifles Remington y Winchester de los insurrectos, podían matar de un solo disparo, por lo que el capitán Neila ideó un plan desesperado para salvar la situación.
En ese momento solicitó un voluntario para que penetrara tras las líneas enemigas e incendiara el edificio en cuestión. Era un plan perfecto para un ex convicto que ansiara redimirse. Eloy Gonzalo levantó la mano y puso una única condición: tenían que atarle con una soga larga para que, cuando le mataran, como estaba seguro de que ocurriría, su cuerpo sin vida pudiera ser rescatado por sus compañeros. Y el 5 de octubre, protegido por la oscuridad, se dispuso a ejecutar la operación con un fusil, una lata de petróleo, unas cerillas y muy pocas esperanzas.
Todos los defensores quedaron pendientes de una cuerda, hasta que empezaron a ver la luz del fuego que comenzaba a devorar el edificio. Lo había conseguido y estaba con vida. Aprovechando el incendio, los españoles realizaron una vigorosa salida contra los sitiadores en la que también tomó parte el valiente soldado que, con su acción, había salvado el destacamento. La resistencia aún tuvo que durar unos días, hasta que, una columna de socorro liberaba la guarnición de Cascorro. La noticia corrió como la pólvora y pronto llegaron los reconocimientos: una medalla pensionada, la Cruz de Plata al Mérito Militar, felicitaciones, donativos y actos públicos.
En España, la hazaña de Eloy Gonzalo produjo un gran impacto. En la Guerra de Cuba, todas las batallas que se habían librado hasta ese momento fueron de nula trascendencia. Los insurrectos se habían dedicado, sobre todo, a quemar propiedades, volar trenes y atacar puestos aislados, mientras los españoles intentaban apresarlos sin éxito. En medio de esa triste campaña, el heroísmo de nuestro protagonista enalteció el ánimo de los españoles: había conseguido un éxito militar que parecía inalcanzable, dando muestras de un extraordinario valor, regresando sano y salvo de su misión.
La guerra, sin embargo, continuó y el héroe de Cascorro siguió combatiendo activamente en la región de Matanzas, tratando de reducir a las últimas partidas rebeldes durante la primera mitad de 1897. Hasta que el 6 de junio ingresaba en el Hospital Militar de esa ciudad. El 17 del mismo mes, fallecía como consecuencia de una infección intestinal provocada, entre otras cosas, por la mala alimentación del ejército, la cual le produjo una enterocolitis ulcerosa gangrenosa. Esta enfermedad se manifestaba con episodios de diarrea, cólicos abdominales y fiebre, los cuales padeció durante doce días hasta que sucumbió. A diferencia de los más de 50.000 españoles que murieron en Cuba, el cadáver de Eloy Gonzalo fue repatriado al terminar la guerra en 1898.
El gobierno de la nación y el Ayuntamiento de Madrid decidieron homenajear a Eloy Gonzalo, dando su nombre a una calle (en el barrio de Chamberí, entre la Glorieta de Quevedo y calle de Santa Engracia) y colocando una estatua en el Rastro de Madrid. El monumento fue inaugurado en 1902 por Alfonso XIII. Aunque en 1913 se bautizó la plaza con el nombre del presidente de la Primera República Nicolás Salmerón, lo cierto es que el pueblo madrileño siempre la conoció con el nombre de plaza de Cascorro (identificando, en su ignorancia, el soldado de la estatua con la batalla en la que participó), denominación popular que luego sería suscrita por el Ayuntamiento de la Villa.
En 1945 se dictó una Ley, sobre beneficios a los soldados de las heroicas defensas de Cascorro, Caney, Lomas de San Juan y Baler, por la que se concedía el título de Teniente Honorario del Ejército Español a Eloy Gonzalo y se daba una paga de 6000 pesetas a los heroicos defensores del poblado de Cascorro. Beneficio que Eloy Gonzalo no llegó a recibir por haber fallecido, mientras que sí lo recibieron algunos de sus compañeros supervivientes.
Por último, como anécdota deciros que, sobre todo en Madrid, Extremadura y Castilla, hay un refrán para indicar que alguien o algo es muy antiguo, que dice: “es más viejo que Cascorro”. ¡Cosas!
José Antonio Parra
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