EL POGROMO Y LA POLIO
El mundo no para de dar vueltas y esas vueltas unas veces son para bueno y otras para malo. Esas vueltas, circunstancias o casualidades, lo podemos llamar como más fácilmente lo encajemos, pueden hacer que un individuo tenga que cambiar radicalmente su vida y con ello contribuya a mejorar ese mundo que no para de girar, es el caso que nos ocupa y seguramente otras muchas veces, uno de esos giros, impida que algún otro ser humano pueda llevar a cabo un adelanto que hubiera sido muy importante para el resto. Los primeros casos dejan evidencia y se pueden contar, los segundos quedan en el más absoluto desconocimiento.
JOSÉ ANTONIO PARRA TOMÁS
José Antonio Parra en Asociación la Tortuga de El Charco
11/27/20257 min read


EL POGROMO Y LA POLIO
Antes de centrarme en el tema, es preciso aclarar primero qué es un pogromo (también llamado pogrom). Un pogromo es una palabra rusa que, a través de Europa, donde los pogromos fueron muy frecuentes y terribles, llegó a España, donde fue asimilada la costumbre con gran facilidad en los reinos peninsulares. Y es, ni más ni menos, que el linchamiento multitudinario, ya sea de forma espontánea o premeditada, con saqueo, robo y muertes, que se le hace a gente indefensa, por parte de una multitud de personas enfurecidas.
Uno de los más famosos es el pogromo del año 1391, que se realizó contra la comunidad judía de los reinos de Castilla, y también de Aragón, procediendo además a la destrucción y el expolio de sus bienes, es decir, casas, tiendas, negocios, sinagogas, etc.
Fue en los primeros meses de reinado del rey Enrique III de Castilla (1390-1406), cuando las Cortes se reunieron en Madrid, y en esa reunión se recibieron las noticias de las alteraciones del orden, que se estaban produciendo contra los judíos, en varias ciudades como Sevilla, Burgos, Toledo, Logroño, Valencia, Barcelona…
El primer brote del pogromo surgió en Sevilla, debido a las predicaciones contra los judíos del arcediano de Écija. Este cargo eclesiástico, el arcediano, designaba al diácono mayor de las catedrales, en este caso, la de Sevilla. El pogromo de Sevilla se saldaría con un balance de 4.000 muertos.
Desde lo ocurrido en Sevilla, las Cortes y el rey se pusieron en marcha para tratar de frenar su expansión, enviando procuradores, tanto a Sevilla como a una de las ciudades donde más repercusión podría tener este movimiento antisemita, Córdoba. Aunque las cartas leídas por los procuradores, al principio, calmaron los ánimos, no se extinguió el conflicto, sino todo lo contrario, ya que se extendió poco después hasta llegar incluso a la otra punta de la península, a Barcelona.
El origen social de este movimiento antisemita, se asentaba en la idea de la gran riqueza y fortuna que acumulaba la comunidad comerciante judía, supuestamente conseguida a base de estafar y robar a sus clientes y demás compradores. Esta insatisfacción habría sido alimentada por las predicaciones del arcediano.
Y es que, a lo largo de los siglos, se había formado la idea de que todos los judíos eran ricos, muy lejos de la realidad. En las comunidades judías, como en todas las comunidades, había ricos y pobres, y cuanto más grande era la comunidad, más pobres había, como en todas.
La cuestión es que, creyéndose amparados por la impunidad que les habría otorgado la Iglesia, se destruyeron desde sinagogas hasta aljamas. A pesar de los intentos porque no llegara, la sublevación antisemita llegó a la ciudad de Córdoba, lo que se tradujo en un sangriento asalto, saqueo y matanza de la judería y el castillo de esta ciudad, con el objetivo como pretexto de obligar a convertirse al catolicismo, a todos los judíos que quisieran conservar la vida. Este pogromo en Córdoba no solo estaba formado por la gente de a pie de la calle, sino que también estaba formado por integrantes de familias nobles, criados y sirvientes de grandes caballeros, e incluso clérigos, que se encargaban de mantener enardecida a la masa furiosa.
Ante esta oleada de violencia antisemita, el rey no pudo permanecer impasible, al menos en teoría. Por lo que se sabe, Enrique III impuso a las ciudades donde habían ocurrido los hechos, y a gran número de personas de la sublevación, unas grandes multas económicas, que en total se calcula que sumaban unas 40.000 doblas de oro (en la actualidad correspondería a unos 9.000 euros).
Sin embargo, la realidad histórica es que la Corona no llegó a cobrar ni el 25% de esas multas, quizás por miedo a nuevas sublevaciones contra la Corona, o por miedo a procesar judicialmente al notable número de nobles y eclesiásticos, que tomaron parte en el pogromo. Por otra parte, el rey concedió más tarde indultos a gran parte de las personas a las que había condenado al destierro, permitiéndoles volver a sus casas sin ningún tipo de contraprestación.
En cambio, en el otro lado, la comunidad judía no recibió ningún tipo de indemnización económica o de cualquier otro tipo, por todas las pérdidas acumuladas por el arruinamiento de sus negocios, por las muertes de sus familiares y amigos, y por el destrozo de sus sinagogas y centros religiosos.
Demuestra esto, en este contexto histórico, que aquellas instituciones judiciales no se atrevían a impartir la Justicia por miedo a las represalias que podrían tomar los nobles o la Iglesia contra ellos, lo cual es sinónimo de debilidad y dependencia de la Corona hacia estas instituciones.
Ahora, vamos a dar un salto de unos 500 años, y nos situamos a principios del siglo XX, con la aparición de una pandemia terrorífica, que surgió en las primeras décadas del siglo: el virus de la polio, una enfermedad que sobrecogió a la humanidad, y de la que se pensaba que, hasta un 70% de la población mundial, iba a terminar infectada. Y aquel virus no era una broma; atacaba la columna vertebral, generaba atrofia muscular y parálisis en uno o varios miembros del cuerpo humano y, lo más escalofriante de todo, atacaba a los más pequeños, a los niños, de ahí que también se llamara parálisis infantil. La epidemia generaba pánico cada verano.
Y, todo ello, con la inexistencia de un tratamiento y/o prevención eficaces, que producía sentimientos de miedo, y por su distribución nada previsible, ya que no se veía relacionada con lo que había sido la norma para el resto de las enfermedades infecciosas: la falta de higiene y las malas condiciones de vida. La grave epidemia en Europa y las noticias que llegaban del otro lado del Atlántico, significaban la constatación de que no había fronteras ni grupos sociales inmunes, y que la globalidad de la enfermedad en el mundo occidental, era una realidad palpable.
Y os preguntaréis qué tiene que ver un pogromo con la polio. Pues bien, yo los he relacionado en este escrito por lo siguiente, que os cuento:
Abraham Saperstein era un chico judío, nacido en la ciudad de Białystok (entonces, parte del imperio ruso, hoy Polonia). En 1921, sucedió un pogromo en su ciudad natal. Fue un ataque sorpresa a la comunidad judía, generando grandes destrozos, con bastantes heridos y muertos. Fue entonces cuando el padre de Abraham, decide huir de Polonia. Para ello, se puso en contacto con un familiar que vivía en el extranjero y, gracias al mismo, la familia de Abraham emigra a los Estados Unidos.
Durante el viaje en barco hacia su nuevo destino, el padre de Abraham toma la decisión que adoptaban muchas familias judías que emigraban hacia el nuevo continente: cambiar sus nombres, como símbolo de que iniciaban una vida nueva. En adelante, el nuevo nombre de Abraham Saperstein sería el de Albert Sabin.
Ya en los Estados Unidos, Albert, que no hablaba inglés, pero se empeñó en aprenderlo lo antes posible estudiando por las noches, consigue su primer trabajo en un consultorio médico como auxiliar, y allí es donde se despierta su pasión por la medicina.
Al principio, quiso estudiar odontología, pero un profesor de biología lo vio analizando muestras al microscopio, y le dijo que lo suyo era perseguir virus. Años más tarde, en 1931, obtuvo el grado de médico por la New York University, trabajando después en el Hospital Infantil de Cincinnati, donde convivió con los terribles casos de niños atacados por la poliomielitis; enfermedad que estudió a fondo y descubrió que se transmitía por vía oral.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Sabin fue reclutado por el ejército como investigador militar, trabajando en la prevención del dengue, encefalitis, fiebre amarilla y toxoplasmosis, salvando cientos de vidas con sus estudios sobre transmisión de virus en zonas tropicales.[
Albert Sabin fue uno de los grandes científicos que, durante la década del 50 del siglo XX, trabajaron arduamente para conseguir la vacuna para el virus de la polio, junto al doctor Salk. Sin embargo, es Albert Sabin quien encuentra la manera novedosa de incorporarla rápidamente a los humanos por vía oral, a través de las famosas “3 gotitas Sabin” en un terrón de azúcar. Los niños lo aceptaban de buen grado, eliminando el miedo a las inyecciones. Esto permitió que se llevaran a cabo campañas masivas de vacunación con voluntarios, sin necesidad de personal de enfermería.
Demostró que el virus infectaba a las personas a través del sistema gastrointestinal, para luego ir hacia la sangre, y este método resultó ser más eficaz, ya que ampliaba el período de inmunidad. Antes de iniciar las vacunaciones masivas, probó la vacuna en sí mismo, en su esposa y en sus tres hijos. Quería demostrar con hechos, que confiaba plenamente en la seguridad de su vacuna.
A partir de ese momento, los laboratorios farmacéuticos querían patentar el descubrimiento que había hecho Sabin, pero él lo rechazó. No solo eso, sino que pidió que fuera una vacuna libre, gratis y universal. Gracias a esto, la vacuna pudo llegar rápidamente a toda la humanidad. Podía haber ganado millones de dólares, pero su prioridad era que la polio desapareciera del planeta.
En plena guerra fría, cuando la desconfianza entre EE.UU., y la URSS., era máxima, Sabin permitió que médicos soviéticos probaran su vacuna a gran escala en 1959. Fue un éxito rotundo: más de 10 millones de niños fueron inmunizados en la URSS. Esto hizo que la Organización Mundial de la Salud y casi todos los paises, adoptaran rápidamente la vacuna. El concepto, utilizado por Albert Sabin, de usar virus vivos atenuados, sentó un precedente para el desarrollo de otras vacunas.
Aunque nunca recibió el Premio Nobel, fue ampliamente galardonado, incluyendo la Medalla Nacional de las Ciencias de EE.UU. (1970), y la Medalla Presidencial de la Libertad (1986).
Como curiosidad, decir que, uno de los afectados por la polio fue, con 39 años, Franklin Delano Roosevelt, trigésimo segundo presidente de los Estados Unidos, desde 1933 hasta su muerte en 1945.
En España afectó principalmente en la década de los 50, provocando grandes discapacidades físicas a más de 35.000 niños, y causando más de 3.000 muertes. Yo era muy pequeño, pero recuerdo que la gente pintaba las paredes con cal y también, como en la cuarentena del coronavirus, el elemento esencial para el higiene y limpieza del hogar, era la lejía.
Y así suceden las cosas y así se escribe la historia. Por el desastre de un pogromo, aquella familia judía tuvo que huir a Estados Unidos, y aquel joven, con los años, pudo terminar sus estudios de Medicina y llegar a inventar la vacuna que venció a una de las enfermedades más terribles que ha sufrido la humanidad.
José Antonio Parra
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