EL SAQUEO ARTÍSTICO DE ESPAÑA

A veces hay capítulos de la historia que después de leerlos, te entra la duda de si no hubiera sido mejor no conocerlos, algunos por la brutalidad del ser humano, otros por el sufrimiento producido y otros simplemente porque te hacen sentir mal por la inutilidad de algunos personajes que nos han precedido, es el caso esta vez también, de Fernando VII. Sin lugar a dudas nuestro país hoy sería otra cosa de no haber sido rey en esa época semejante personaje. Esta historia añade un poco más de perfidia a lo que ya sabemos de este engendro de rey, pero es verdad, que siempre es mejor conocer, que no conocer... aunque sea para ver que la historia es contumaz y siempre dispuesta a repetirse, aunque sea en otros términos.

JOSÉ ANTONIO PARRA TOMÁS

José Antonio Parra en Asociaicón la Tortuga de El Charco.

10/12/20257 min read

EL SAQUEO ARTÍSTICO DE ESPAÑA

La Guerra de la Independencia española, como todas las guerras, supuso la pérdida de vidas humanas -que en realidad es lo más duro e importante-, pero también fue un terrible desastre para el patrimonio histórico-artístico español, ya que desperdigó y destruyó gran parte del arte de España. No solo las colecciones reales sufrieron el paso y saqueo de los franceses, sino también el importante patrimonio artístico que se encontraba distribuido por las instituciones religiosas y en manos privadas.

Napoleón estaba convencido de que, entre otras, le estaba encomendada la misión de velar por el arte y la cultura. En su opinión, los países de origen de ese arte no lo valoraban lo suficiente. Y, en el caso español, quizás no anduviese muy desencaminado, puesto que a principios del siglo XIX, tres de cada cuatro españoles, eran analfabetos. Además, la mayoría de nuestro patrimonio, estaba mal conservado.

De nuestros artistas, en esa época, Bartolomé Esteban Murillo era uno de los más considerados en el extranjero y, por supuesto, sus obras fueron de las más codiciadas por los franceses. Murillo pintó, como mínimo, una veintena de Inmaculadas, pero la más famosa fue la realizada en 1678 para el Hospital de los Venerables Sacerdotes de Sevilla, institución caritativa, que acogía a ancianos sin recursos.

Después, a lo largo del siglo XVIII, siguió gozando de gran popularidad en Sevilla, en su emplazamiento original, en el altar de la iglesia de los Venerables, y por ello no es de extrañar que fuese una de las pinturas que el mariscal francés Nicolás Soult, gran saqueador de arte en España, durante la ocupación de la ciudad por las tropas francesas a partir de 1810, la incluyese dentro de las obras de arte a expoliar para su propia colección.

El mariscal Soult no entró a lo loco en las iglesias: ¡Iba con lista en mano! Sabía perfectamente qué cuadros quería. Por ello, lo primero que ordenó fue que le descolgaran la Inmaculada. Cuentan que, al verla personalmente de cerca, comentó que este cuadro por sí solo vale un ejército entero. No la robó como soldado, sino como quien ficha a una estrella para su colección privada.

Así, en 1813, al retirarse el ejército francés de Andalucía, Soult se llevó esta Inmaculada, junto con otras importantes obras de Murillo y Zurbarán, a su mansión parisina, hecho que incrementó considerablemente la fama de la pintura, y que fuese considerada como una de las más importantes creaciones de la historia del arte.

Años más tarde, en 1852, cuando Soult falleció, sus herederos sacaron, en pública subasta, las joyas artísticas del mariscal. Y allí apareció la Inmaculada. París entero se revolucionó; coleccionistas y museos pujaron, alcanzando la cantidad de 615.300 francos oro, cifra que pagó el Museo del Louvre y que era en aquellos momentos la cantidad más elevada jamás pagada por una pintura. La Inmaculada de Murillo se convirtió pronto en una referencia obligada en las visitas al Museo del Louvre, a partir de su adquisición. En Francia, fue conocida como La Vierge Inmaculée, y muchos visitantes franceses no sabían que la obra procedía de Sevilla, ni que era un expolio.

En otras ocasiones, durante la guerra, los cuadros corrían peor suerte y los soldados franceses usaban los lienzos robados en las iglesias para construir tiendas de campaña y protegerse de la intemperie.

Pero el expolio no era solamente cosa de mariscales codiciosos o de soldadesca inculta. Existía durante la ocupación francesa un comisario de bellas artes, director de museo y agregado artístico de los ejércitos franceses de Andalucía. Pues el tal señor se encargaba de la supervisión de lo expoliado o lo comprado a precios de risa.

Napoleón proyectaba en París, en el palacio del Louvre, un gran museo, y su hermano, José I Bonaparte, quería hacer lo mismo en España. Se recogerían multitud de obras destinadas a esos dos museos, o como regalo a los mariscales de Napoleón. No solamente en Andalucía, también en El Escorial, convirtiendo a España en un gran y barato mercado artístico.

Este ir y venir, y sus fases de almacenamiento en lugares poco apropiados (a veces se escondían las mejores obras para que los franceses no las localizasen), hizo que muchas se estropeasen o se perdiesen.

Ante el avance del ejército inglés del duque de Wellington en España, a José I no le quedó otro remedio que huir. Tras ser derrotados los franceses en la batalla de Vitoria, José I logra escapar, pero deja abandonados tras de sí un inmenso botín de pinturas, dibujos, grabados, tapices, bienes y riquezas; lo que se llamó “el equipaje de José Bonaparte”.

El contenido del “equipaje” era de un tamaño tal que, según las crónicas y la novela de Benito Pérez Galdós, se tuvieron que embargar todos los carros y coches de Madrid, para poderse llevar el valioso cargamento. Entre los objetos se encontraban más de dos centenares de pinturas de Velázquez, Murillo, Tiziano, Correggio, Juan de Flandes, así como las joyas de la Corona y multitud de objetos personales y de lujo.

El duque de Wellington se encontró con tan preciado botín y, ni corto ni perezoso, lo envió a Londres; salimos de “la sartén para caer en las brasas”. Allí se realizó un inventario, que no coincidió, lógicamente, con lo que dejó abandonado José Bonaparte, quizá porque algunas de las obras abandonadas estaban en mal estado… Además, Wellington ya había sido recompensado con anterioridad, tras su conquista de Madrid, con cuadros procedentes de la Granja de San Ildefonso; entre ellos dos Murillos y un Rafael. El resto de joyas, oro, plata y otros objetos de valor del “equipaje”, se dispersó entre los soldados ingleses, que saquearon los carros. Este episodio histórico inspiró a Benito Pérez Galdós a escribir uno de sus famosos Episodios Nacionales, titulado precisamente “El equipaje del rey José”.

Después de la caída de Napoleón, que había dejado Europa patas arriba, las potencias vencedoras se reunieron en Viena para reconfigurar como quedaba Europa.

La primera decisión fue que Francia perdía todos los territorios conquistados por Napoleón, y la segunda, que el absolutismo tenía que volver a regir Europa, reafirmando la idea del origen divino del poder de los reyes. Lógico, porque todos los representantes allí reunidos, eran enviados de los reyes. Nada de lo acordado podía oler a república ni a liberalismo.

También, en teoría, el Congreso de Viena obligaba a devolver las obras del saqueo, y las apropiadas indebidamente durante las guerras napoleónicas. Sin embargo, el diplomático enviado por España al Congreso, el marqués de Labrador, de quien Wellington llegó a decir que era el hombre más necio y estúpido que había conocido en su vida; muy poco espabilado y digno representante de Fernando VII, siguiendo las órdenes del rey felón, renunció a la devolución de las obras, a cambio de su valor monetario. ¡Menudo pesetero…! Por tanto, lo arreglaron con unos pocos dineros y sin protestar, porque el Congreso acordó que las potencias de segundo orden no intervinieran en las decisiones importantes, y España era una segundona.

Así, varios embajadores y aristócratas aprovecharon la ocasión para adquirir obras maestras a muy buen precio. Por ejemplo, el Archiduque Carlos de Austria y otros príncipes alemanes, compraron Murillos, Riberas y Zurbarán, procedentes de conventos españoles expoliados.

Muchos cuadros españoles pasaron a formar parte del Kunsthistoriches Museum de Viena, a través de adquisiciones de esa época (allí se conservan Murillos, Velázquez y Riberas). También de El Greco, poco valorado aún, se vendieron algunos lienzos a precios modestos, que acabaron en colecciones privadas del sur de Alemania y Austria.

El zar Alejandro I de Rusia adquirió en Viena varias obras de Murillo, que luego fueron a parar al Hermitage de San Petersburgo (la web de la colección indica una docena larga de cuadros de Murillo en el Museo). Igualmente, coleccionistas ingleses, presentes en Viena, adquirieron obras, principalmente de Murillo y Zurbarán, que después integraron colecciones privadas y museos británicos.

Así es, por tanto, que esta solución incomprensible puede entenderse considerando que Fernando VII, además de felón, era un inculto y no apreciaba el arte. Igualmente, no sería la última decisión referente al arte patrio que tomaría. Al parecer, el duque de Wellington, en dos ocasiones, intentó devolver a España las obras requisadas a José I en su huida; pero nuestro generoso monarca le regaló el “equipaje de José Bonaparte”, probablemente intentando congraciarse con los ingleses, que eran los que movían los hilos en Europa, y desde entonces este obsequio se conoce en Inglaterra con el irónico nombre del "Spanish Gift" (el regalo español), que incluía cuadros tan extraordinarios como “El aguador de Sevilla”, de Velásquez, oLa oración en el huerto”, de Correggio.

Wellington compró una finca, Apsley House, donde instaló la colección, hoy cedida al Estado británico. Al final, nos quedamos sin cuadros. Así es que, si alguna vez os encontráis en Londres visitando la National Gallery o Apsley House, y contempléis algún Velázquez, acordaos de José I, de Fernando VII y su manía de regalar lo que no era suyo.

¿Y qué pasó con la Inmaculada de Murillo? Pues que esa sí volvió a España en 1941, como consecuencia de las negociaciones entre el gobierno español y el de la Francia libre. Eran los momentos en que las tropas alemanas habían conquistado media Francia, llegando hasta Hendaya, y la capital francesa había pasado de París a Vichy, bajo la jefatura del mariscal Pétain. Se trataba de una Francia que temía algún tipo de intervención militar española, bien en su territorio metropolitano, bien en el norte de África.

Las circunstancias de la devolución de la Inmaculada se suavizaron con un cambio, es decir, el envío a Francia de unas pocas obras artísticas: un Velázquez de los menos destacados (retrato de Doña Mariana de Austria) y un trozo de la tienda de campaña que utilizó Francisco I. Indudablemente no existía equivalencia con lo que se recibía en España.

La Inmaculada de Murillo no regresó a Sevilla; si la queréis ver, tendréis que ir a la sala 16 del Museo Nacional del Prado de Madrid.

José Antonio Parra