ESQUILO, MARATÓN Y SPYROS
Los Juegos Olímpicos y quizás su prueba más representativa, tienen su origen en la celebración de una batalla entre griegos y persas, la batalla de Maratón durante las guerras médicas. Esa distancia entre el campo de batalla y la ciudad de Atenas, se ha convertido en la actualidad en la distancia a recorrer por los atletas en esta modalidad.
JOSÉ ANTONIO PARRA TOMÁS
José Antonio Parra en Asociación la Tortuga de El Charco.
6/1/20257 min read


Esquilo fue testigo y protagonista de grandes cambios sociales: la instauración de la democracia, la consolidación del arte dramático y la invasión persa contra la libertad de Atenas y de toda Grecia. Peleó en las batallas de Maratón y Salamina, donde los griegos derrotaron a los persas, y representó en sus tragedias el drama de su época.
A finales del siglo VI a. C. y comienzos del V a. C., sucedieron en Grecia varios acontecimientos que constituyen la base o las raíces de la historia y de la identidad de la civilización occidental, Esos acontecimientos fueron la instauración de la democracia por Clístenes alrededor del año 510 a. C., la invasión de los persas y las guerras para independizarse de ellos, llamadas “guerras médicas”, hasta cerca del 480 a. C., y las Grandes Dionisiacas, instauradas por Pisístrato en el 532 a. C., que hicieron posible el surgimiento del arte teatral y su institucionalización en una ladera de la Acrópolis, alrededor del 500 a. C.
Esta coincidencia histórica no tardó en expresarse en los festivales, en los textos representados, cuyos contenidos tradicionales se referían a Dionisos y a héroes locales e históricos.
Pocas décadas antes, Clístenes había acentuado los procesos sociales republicanos iniciados por Solón, al formalizar el régimen democrático con la isonomía, gracias a la cual todos los demos de Atenas tenían igual representación en la asamblea de ciudadanos. Este derecho formó una nueva mentalidad nacional, porque los ciudadanos atenienses tomaron conciencia de que ellos decidían su destino, pues libremente lo asumían en la asamblea. No puede ser casualidad que hoy el nombre de Grecia en su idioma sea Elleniké Democratía.
En esos años, plenos de tensiones políticas y militares, los festivales teatrales no se suspendieron. Poetas trágicos y cómicos competían anualmente, y un joven autor llamado Esquilo, nacido en 525 a.C., compitió en los festivales anuales.
El teatro de Esquilo es, sin la menor duda, la mejor representación del espíritu de libertad forjado por la democracia de Clístenes. Desde el espacio escénico de la colina de la Acrópolis, Esquilo apoyó y legitimó el proyecto de Clístenes. Por ello, el teatro nació comprometido con un proyecto inspirado en la libertad, consciente de las implicaciones del ejercicio del poder y con capacidad para comunicarse con los espectadores.
Fue por aquellas fechas, cuando el imperio persa, bajo el mandato de los reyes Ciro II y Darío I, comenzó a expandir sus dominios, buscando conquistar nuevas tierras y recursos. Los persas querían controlar las rutas comerciales del Mediterráneo y el Mar Negro, lo que les permitiría dominar el comercio y la economía de la región.
Las ciudades griegas de Jonia, en la costa oeste de Anatolia, se rebelaron contra el dominio persa en el 499 a.C., lo que desencadenó una serie de eventos que llevaron a lo que los historiadores llaman las “guerras médicas”. Los griegos querían proteger su territorio y su forma de vida de la amenaza persa, y estaban dispuestos a luchar para defender su libertad y su independencia.
En el 490 a.C., tras la revuelta de Jonia, Darío decidió castigar a los griegos que habían prestado ayuda a sus súbditos rebeldes. Seiscientas naves y casi cuarenta mil soldados persas se asomaron a las puertas de Grecia. Las ciudades-estado del norte se rindieron cada una por su cuenta; en el sur, Esparta se encontraba en plena celebración de las fiestas Carneas Lacedemonias, un acontecimiento sagrado que les impedía participar en cualquier conflicto armado antes de la siguiente luna llena. Total, que al lado de Atenas solo formó la pequeña Platea, una ciudad de segundo orden, que mandó su modesto ejército de mil soldados, a alinearse junto al que con gran prisa había preparado el general ateniense Milcíades, compuesto por unos nueve mil hoplitas.
Milcíades había comprendido cuál era el punto flaco de los persas; eran valientes soldados individualmente, pero no tenían ninguna idea de la maniobra colectiva. Y sobre ésta apostó.
Los persas desembarcaron en la playa, cerca de la llanura de Maratón. Tras cinco días cara a cara, las falanges ateniense y platense aplastaron a la infantería persa que huyó y se embarcó de nuevo con fuertes bajas. De dar crédito a los historiadores de la época que, claro, eran todos griegos, Darío perdió siete mil hombres y Milcíades ni siquiera doscientos. No parece muy creíble. Pero lo cierto es que fue una gran y sorprendente victoria, y los muertos atenienses yacen enterrados en la propia llanura, en un túmulo, que todavía hoy puede visitarse.
Todos conocemos por Herodoto cómo el mensajero, Filípides, fue enviado a anunciar la victoria a la ciudad, y recorrió los más de 42 km, que separaban el lugar de la batalla, Maratón, de Atenas, y tras llegar y pronunciar la frase “Nenikékamen” (hemos vencido), cayó muerto.
La instauración de la democracia y el triunfo sobre los bárbaros persas significó la superación de la barbarie y de sus normas y leyes. Es la idea profunda que Esquilo representó en su trilogía la Orestiada.
En efecto, Esquilo, antes que un incomparable artista fue un ciudadano ejemplar. Y el primer premio lo ganó no en la escena sino en la guerra, donde realizó tales actos de heroísmo en la batalla de Maratón, que el Gobierno encargó a un pintor que lo celebrase en un cuadro. En el teatro había debutado nueve años antes, en el 499 a.C., cuando él tenía veintiséis; y enseguida se impuso a la atención del público y crítica. Pero cuando la guerra contra Darío llamó a las puertas de Atenas, cambió la pluma por la espada y no regresó hasta haber sido alcanzada la victoria y ultimada la desmovilización. Nadie mejor que él, que había participado en aquello, podía sentir la orgullosa exultación de la posguerra y hacerse el intérprete de ella.
Para festejar el triunfo sobre los persas, el Estado financió espectáculos dionisíacos nunca vistos, y Esquilo tomó parte también en su organización. En 484 ganó el primer premio. Cuatro años después, los persas volvieron con el rey Jerjes a intentar el desquite. Esquilo de cuarenta y cinco años y poeta laureado, podía haberse sustraído a la llamada. En cambio, volvió a tirar lejos la pluma para empuñar la espada y combatió con el entusiasmo de un hombre de veinte años en Salamina y en Platea.
Esquilo no sobrestimó su obra dramática, pero siempre se consideró un guerrero por la libertad, estando muy orgulloso de ello. Y así constó en el epitafio de su tumba: “Esquilo, hijo de Euforión, ateniense, yace aquí, en la tierra de Gela, sepultado. Su valor, el bien famoso recinto sagrado de Maratón puede decirlo, y el medo de espesa barba lo conoce”.
Ahora, damos un salto de casi 24 siglos, y nos encontramos que durante el siglo XVIII y XIX se venían disputando algunos pequeños encuentros deportivos, que se denominaban Juegos Olímpicos Antiguos, recordando los verdaderos Juegos que se celebraban en Olimpia cada cuatro años, desde el siglo VIII a.C., hasta que el emperador Teodosio decretó el cese de todas las prácticas de culto pagano, incluidos los Juegos, y los últimos se celebraron en el año 393 d. C.
En el siglo XIX, el barón Pierre de Coubertin tuvo la idea de revivir los antiguos Juegos Olímpicos, pero en forma de un evento multideportivo e internacional. De hecho, los antiguos Juegos ya fueron internacionales en cierto modo, puesto que varias polis y colonias griegas tuvieron representación, aunque solo se permitiera participar a los hombres libres de origen griego.
La historia del ateniense Filípides inspiró a un miembro del Comité Olímpico, Michel Bréal, a proponer que la distancia de la carrera entre el lugar de la batalla y la capital griega se utilizara como longitud de referencia para una de las pruebas más novedosas y agotadoras de los Juegos Olímpicos modernos, que recibió el nombre de Maratón. Y es por eso que, cada año, miles de personas se someten a 42 fatigantes kilómetros en eventos de carreras de longitud maratoniana en todo el mundo.
Un joven griego, Spiridon Louis, más conocido como “Spyros”, nacido en Marousi, Grecia, el 12 de enero de 1873, fue un atleta griego que quedó inmortalizado al ganar la medalla de oro en la prueba de Maratón de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, disputados en 1896 en Atenas.
La denominada I Olimpiada se celebró entre el 6 y el 15 de abril de 1896. Participaron 241 atletas masculinos (no hubo participación femenina) de 14 países, que compitieron en 43 pruebas de 9 deportes: atletismo, ciclismo, esgrima, gimnasia, halterofilia, lucha, natación, tenis y tiro.
El coronel Papadiamantopoulos fue el encargado de organizar las pruebas de selección de los atletas griegos, y por casualidad había tenido como soldado a Spyros mientras realizó el servicio militar. Procedente de una familia humilde, el joven trabajaba con su padre como aguador, un oficio que consistía en llevar agua potable a la ciudad de Atenas, que no disponía de agua corriente. Como Spyros tenía grandes condiciones naturales como atleta, el coronel le propuso participar.
Así, el día 10 de abril se dieron cita 17 corredores, 12 de los cuales eran griegos. En ellos estaba depositada la última esperanza del pueblo griego para conseguir alguna medalla. La orden de salida fue dada y los corredores se enfrentaron a la distancia que separaba la ciudad de Maratón y el Estadio Panathinaiko de Atenas. Allí, el público seguía la evolución de la carrera mediante mensajeros que perseguían a los corredores montados en bicicleta o a caballo. Las noticias no eran nada buenas, ya que tres de los cinco extranjeros que participaban iban en las primeras posiciones. Pero en el km 32, Spyros dio un acelerón y acabó cortando la cinta tras 2 horas, 58 minutos y 50 segundos, ante la ovación de su público, que había llenado el estadio olímpico.
Mientras el público enloquecía y festejaba la hazaña de Spyros Louis, el rey Jorge I de Grecia, bajó a la pista para felicitar personalmente al nuevo héroe griego y como recompensa se ofreció a regalarle lo que le pidiera. Spyros, pudiendo elegir cualquier cosa, se conformó con un burro y un carro para poder llevar más cómodamente el agua por las calles de Atenas. Con su nuevo carro y su burro siguió ejerciendo su profesión antes de acabar siendo agente de policía. Nunca más volvió a disputar una carrera.
La última aparición pública de Spyros se produjo en 1936, cuando fue invitado de honor durante los Juegos Olímpicos de 1936, celebrados en Berlín. Cuatro años después se conocía la noticia de la muerte de Spyros, a la edad de 67 años.
En el año 2004 al Estadio Olímpico de Atenas, escenario de las ceremonias y de las competiciones de atletismo de los Juegos Olímpicos de 2004, se le dio su nombre en su memoria.
José Antonio Parra Tomás
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