FRANCO Y JAMES BOND

Cómo las intrigas para que España no entrara en la Segunda Guerra Mundial por parte de agentes del MI6, acaba en las novelas de James Bond.

JOSÉ ANTONIO PARRA TOMÁS

José Antonio Parra en Asociación la Tortuga de El Charco

11/24/20245 min read

El pasado sábado fue 5 de octubre y, además del Día Mundial del docente, secelebró también el Día Mundial de James Bond, que tiene como objetivohomenajear a este personaje ficticio creado por el periodista y novelista inglés Ian Fleming en 1953. Pero, ¿Quién era Ian Fleming? Os cuento una historia.

Un día de noviembre de 1940, en el nº 10 de Downing Street, residencia delEl primer ministro Winston Churchill, se reunieron secretamente en su gabinete, el secretario del Foreign Office, Anthony Eden, el embajador en Madrid, sir Samuel Hoare y el capitán de corbeta Alan Hugh Hillgarth, cónsul británico at Palma de Mallorca y, al mismo tiempo, agente de los servicios de inteligencia MI6-MI5, y con espléndidas relaciones entre lo más distinguido de Palma. El motivo de la reunión era analizar el encuentro de Hitler con Franco que había tenido lugar en Hendaya el 23 del mes anterior, y concretar la misión que Churchill encomendó a Hillgarth. Oficialmente no existió ninguna misión, ningún caso, no hubo registro de la reunión, ni papeles, ni telegramas... ¡Nada! Las palabras finales de Churchill a Hillgarth fueron rotundas: "el Gobierno de Su Majestad no tiene nada que ver con esta operación, porque... Esta operación no existe, como no ha existido esta reunión".

Sin embargo, la misión encomendada consistía en algo tan pacífico, tan legítimo y tan sensato, que podría y debía presentarse como una iniciativa española: empresarios, financieros y hombres de negocios españoles asustados con la idea de que Franco metiera a España en la guerra mundial, tenían que apelar al generalato para convencer al Caudillo, y España se mantuviese neutral. Había que tantear a los altos mandos con peso específico en el ejército y tuvieran acceso a Franco. Pero con total discreción. Nada de grupos, nada de movimientos colectivos.

A Hillgarth se le asignó un grupo reducido, pero selecto, de agentes del servicio secreto británico, para pesquisas, seguimientos, enlaces, etc. Para empezar, se descartó a los generales germanófilos, que no eran pocos, y centrarse en los altos mandos liberales, la mayoría monárquicos. Generales como Aranda, Kindelán, Orgaz, Varela, Ponte, Dávila, Saliquet, Solchaga, Monasterio, Queipo de Llano, García Valiño, Martínez de Campos, Beigbeder, Espinosa de los Monteros...

De regreso a Mallorca, Hillgarth contactó con el banquero mallorquín Juan March, para introducirse con el primer elegido: Alfredo Kindelán, capitán general de Baleares, aviador de prestigio entre el generalato, con mando efectivo y peso en el Consejo Superior del Ejército. Crítico de Franco, como tantos otros generales, y con agallas para enfrentarse a él si se empeñaba a combatir junto a Hitler. Y además tenía la autoridad moral de ser uno de los que le dieron a Franco el poder en Salamanca. Con March y Kindelán arrancó la operación. Se contactó con una treintena de generales a los que se les presentó la operación como Operación Neutralidad, como una iniciativa de empresarios e inversores españoles, y se silenció la presencia de Gran Bretaña en la trastienda. Aunque no todos se adhirieron con el mismo grado de compromiso, la acogida fue bastante favorable. March se encargaba de gestionar y repartir los buenos estipendios que se entregaron a los generales. Para ello, a primeros de diciembre de 1940, el Gobierno británico depositó en la sucursal neoyorquina de la SBC, una suma inicial de diez millones de dólares, y que para abril de 1942 ya había ascendido a trece millones.

No era fácil para los generales influir en Franco, autosuficiente y poco dado a los consejos. Pero lo intentaron. El 15 de diciembre de 1941, en una sesión del Consejo Superior del Ejército presidida por Franco, Kindelán tomó la palabra y se dirigió al Caudillo y a los consejeros presentes: Con todo respeto, pero con toda claridad, mi General: debes cambiar el rumbo de nuestra política exterior. El actual alineamiento con Alemania e Italia puede sernos muy perjudicial, toda vez que los Estados Unidos han entrado en la guerra. Nos puede colocar en una posición muy poco afortunada, ya que unidos a Hitler, llevaríamos la de perder. Sucesivamente los generales allí presentes: Orgaz, Varela, Saliquet, Ponte y Dávila, manifestaron que "España no debía entrar en guerra contra Gran Bretaña".

-Oído. Tomo nota. Fue el escueto comentario de Franco.

La Operación Neutralidad estuvo viva hasta finales de 1943. Los servicios deinteligencia británicos la calificaron de "brillante y altamente eficaz". La cuestión es que fuese por el consejo de sus generales, fuese por sus propios cálculos de conveniencia, lo cierto es que Franco eludió entrar en guerra contra Inglaterra, firmó pactos secretos tanto con Hitler como con los Aliados y se mantuvo como el equilibrista sobre el alambre de una neutralidad doblemente falsa: mercadeando con los alemanes y con los ingleses al mismo tiempo.

Pero la operación sufragada por los ingleses no podía depender solo de la capacidad de persuasión que los generales tuviesen sobre Franco. Hillgarth y sus agentes del servicio secreto británico hicieron también su trabajo en Territorio Español. Entre esos agentes figuraba Ian Lancaster Fleming: un espía todoterreno, periodista por afición, banquero por su familia, hombre de mundo, amante de la buena mesa y de los buenos vinos. Su especialidad era programar misiones para despistar y confundir a los alemanes. El hijo de Suyas tramas como la "Operación Mincemeat", pensada para despistar a Hitler sobre los objetivos reales del desembarco aliado en el sur de Europa creando una identidad falsa para un cadáver y abandonándolo en el mar con supuestos documentos secretos. (Sobre la operación Mincemeat se realizó en 1956 una coproducción inglesa-americana, de la 20th Century Fox, dirigida por Ronald Neame, titulada "El hombre que nunca existió").

Años más tarde, terminada la guerra y retirado del servicio secreto MI6, Ian Fleming le dio un zigzag a su vida. Se retiró a Jamaica y se dedicó a escribir novelas. En febrero de 1952, en plena guerra fría, el agente 007, del Servicio de Inteligencia Británica surgía de la mente de Ian Fleming. Fue entonces cuando empieza a escribir la primera de sus aventuras, "Casino Royale".

Conocía el terreno que pisaba: él también había sido espía. Tenía una buena Fuente de dónde beber. Estaba de vacaciones en su casa de Jamaica, que se llamaba "Goldeneye", ¿os suena?, cuando alumbró al agente secreto con "licencia para matar". Nadie podía imaginarse entonces que se convertiría en icono de la cultura de masas. El primer paso fue darle nombre: James Bond, en honor a un ornitólogo americano al que Fleming admiraba. Después, recurrió a la imaginación y a la experiencia. La fórmula funcionó y terminó escribiendo 12 novelas y 9 cuentos de James Bond. La última, "El hombre de la pistola de oro", pudo ser rematada por otro autor al fallecer Fleming, en 1964, dejándola a medias. El mito estaba creado. No parecía complicado seguir la senda.

Pero hubo más, mucho más. Autorizado o no, adaptado o inspirado, en 1961, EON Productions adquirió los derechos de Bond para la pantalla y el cine se impuso a la imprenta.