JAPONESES EN CORIA DEL RÍO

Como otras veces hemos comentado, la historia es un mar de sorpresas y a veces esas sorpresas llegan a la orilla mecidas por las olas de la pluma de algún escritor avezado, curioso y con ganas de darlas a conocer. Esas pequeñas perlas que nos ofrece la historia en forma de breves relatos, nos sorprenden gratamente en muchas ocasiones, esta sin lugar a dudas es una de ellas. ¿De dónde procede el apellido Japón en Coria del Río, provincia de Sevilla? Veámoslo.

JOSÉ ANTONIO PARRA TOMÁS

José Antonio Parra en Asociación la Tortuga de El Charco.

11/9/20258 min read

JAPONESES EN CORIA DEL RÍO

Coria del Río (Sevilla), ha sido de nuevo el epicentro de la cultura japonesa en España, ya que entre el 14 y el 18 de octubre pasado, se ha celebrado la decimoctava edición de la Semana de Cultura Japonesa. Un evento que combina gastronomía, exposiciones, juegos, talleres infantiles, concursos y mucho más.

¿Y qué tiene que ver Coria del Río con Japón? Es una larga y rocambolesca historia. Os cuento.

Fue en el año 1613, cuando el daimio (señor feudal) de la región japonesa de Sendai, llamado Date Masamune, envió una expedición marítima a Europa, con el objetivo de pedir al Papa de Roma mediación en la rivalidad entre jesuitas y franciscanos, por el monopolio de cristianizar a los japoneses. Por supuesto, la creación de nuevas rutas comerciales, formaba parte también de las intenciones del daimio.

Tal misión fue confiada a un veterano samurái llamado Hasekura Tsunenaga que, a sus 42 años, se vio al frente de una empresa transoceánica a bordo de un galeón.

Hasta entonces, Japón apenas tenía experiencia en barcos oceánicos de gran tamaño, así que recurrió a constructores navales españoles y portugueses, que allí residían.

En pocos meses, y empleando a más de 4.000 personas (constructores navales, herreros, carpinteros...), se levantó un galeón de tres palos, de más de 500 toneladas, dotado de velas cuadradas, timón europeo y cañones. Lo bautizaron “San Juan Bautista”, en honor al santo que los franciscanos veneraban.

La expedición partió el 28 de octubre de 1613 desde la mayor isla del archipiélago japonés, Honshu, antes llamada Hondo, a unos 360 kilómetros al norte de Tokio, con 180 personas a bordo. La tripulación incluía unos 20 samuráis, 120 comerciantes, marinos y sirvientes japoneses, así como alrededor de 40 españoles y portugueses. Entre ellos, destacaba la figura del fraile franciscano, de origen sevillano, Fray Luis Sotelo, por aquel entonces encargado de las conversiones religiosas en el área de Tokio. Él fue quien ayudó a organizar la misión, redactó las cartas oficiales y sirvió de interprete durante todo el viaje.

Quedaba conformada pues la misión Keicho, que con Hasekura Tsunenaga al frente, estuvo navegando por el océano Pacífico durante tres largos meses hasta llegar a Acapulco, en Nueva España (México). La expedición continuó cruzando México por tierra, para llegar al puerto atlántico de Veracruz, donde embarcaron de nuevo hacia España.

Fue en octubre de 1614 cuando la nave de Hasekura Tsunenaga avistó el viejo continente. Y en la misma desembocadura del Guadalquivir, en Sanlúcar de Barrameda, el peculiar grupo de hombres de ojos rasgados, llamativas vestimentas de seda y afiladas espadas, fue recibido con honores por el duque de Medina Sidonia, que preparó dos galeras para que la expedición, que ya había recorrido más de 20.500 kilómetros, continuase su recorrido.

Remontaron, pues, el cauce del Guadalquivir hacia Sevilla, capital y puerto de Indias, uno de los lugares más prósperos de la época. Pero antes de llegar a Sevilla, la misión Keicho tuvo que parar en Coria del Río. Allí, los vecinos, acostumbrados a ver comerciantes flamencos o genoveses, quedaron asombrados, porque nunca habían visto hombres con kimonos, moños samuráis, espadas, armaduras, cascos y estandartes. La gente quedaba fascinada por sus espadas y disciplina. Pero pronto los japoneses se hicieron populares por su educación, su calma y sus modales exóticos.

En Coria del Río pasaron unos quince días, antes de ser recibidos por las autoridades de Sevilla, quedando en Coria un pequeño grupo de los integrantes de la expedición japonesa, a la espera del regreso de la misión encomendada a Hasekura Tsunenaga.

Desde allí, el resto de expedicionarios partieron al encuentro en Madrid con el rey Felipe III, con el que confiaban crear nuevos lazos comerciales entre su Japón de origen y las colonias que legítimamente pertenecían al monarca español, especialmente las islas Filipinas.

El día que Hasekura fue recibido por el rey, el 30 de enero de 1615, entró en palacio con un porte tan solemne que los cortesanos pensaron que era un príncipe. El rey quedó impresionado por su elegancia, su calma y su dominio del protocolo. Durante la ceremonia, Hasekura entregó al rey una carta lacrada en oro, escrita en japonés y traducida al latín, con peticiones de alianza y comercio.

La misión japonesa logró finalmente poner en común la oferta de tratado de su daimio, con el compromiso del rey de atender a las peticiones niponas en función de lo que decidiese el Papa.

Tocaba, pues, continuar el viaje hacia Roma, no sin antes ser Hasekura Tsunenaga, bautizado el 17 de febrero por personal de la capellanía real, en una ceremonia majestuosa en la iglesia de San Francisco. Fue así renombrado como Felipe Francisco Faxicura, en honor al rey. Participaron nobles, clérigos y curiosos de toda la ciudad. Después del bautismo, se organizó una corrida de toros en su honor, en la plaza Mayor, entonces el escenario principal para los festejos taurinos.

La misión se embarcó de nuevo en Barcelona con destino a Italia, y marchó por el Mediterráneo a bordo de tres fragatas, al encuentro con Su Santidad Pablo V. Sería finalmente en noviembre de 1615, y después de más de dos años de viaje, cuando al fin pudo Hasekura encontrarse con el Papa en Roma para solicitarle el envío de misioneros cristianos a Japón. A ello accedió en principio el Sumo Pontífice, pero dejó la decisión sobre el pretendido intercambio comercial, al rey de España. Era turno entonces de regresar a España, haciéndolo también Fray Luis Sotelo, tras haber sido nombrado por el Papa como obispo de Mutsu.

Con buena parte de su objetivo cumplido tras la visita al pontífice, era turno de regresar a España para poder cerrar su empresa antes de volver a Japón. Hasekura volvió a encontrarse con el rey Felipe III y su valido el duque de Lerma en Madrid, y volvió a plantearle el intercambio de bienes. Pero, para su sorpresa, esta vez el monarca declinó firmar el acuerdo comercial, basándose en que la misión de Hasekura no había sido enviada por el máximo gobernante japonés de la época, el Shogun Tokugawa Ieyasu. Además, había llegado a oídos de Felipe III, que este Shogun había promulgado un edicto, en enero de 1614, con el que se perseguía la práctica de la fe cristiana, y se ordenaba la expulsión de todos los misioneros del Japón.

Ante tal frustración, Hasekura Tsunenaga (Felipe Francisco Faxicura) partió hacia México en junio de 1617, después de un período de dos años en Europa, dejando atrás miles de kilómetros y una empresa fallida. Pero no fue lo único que dejó. Aproximadamente unos 10-15 japoneses de su séquito decidieron quedarse en Coria del Río, para poder seguir practicando el cristianismo. Lo hicieron tras caer cautivados por una tierra, que vivía esencialmente de la pesca fluvial, la cría de caballos y sus propias huertas. Allí echaron raíces, tras contraer matrimonio con mujeres de Coria, dando origen al apellido Japón, como fueron rebautizados sus descendientes. Al no tener apellidos castellanos, se les puso simplemente “de Japón”, que con el tiempo quedó como “Japón”, a secas.

El primer mestizo del que se tiene constancia, aparece en la parroquia coriana de Santa María de la Estrella a mediados del siglo XVII, donde se registra la partida bautismal de un niño que lleva el apellido Japón, siendo hijo de uno de los japoneses que acompañaron al samurái Hasekura.

Surgía así un estrecho vínculo entre Japón y Coria del Río que, cuatro siglos después, se mantiene vivo, al contar hoy día el municipio con unos 700 vecinos de ascendencia nipona, y recibir la visita de más de 10.000 turistas japoneses cada año.

En 1989 una delegación japonesa viajó a Coria del Río y entregó una carta del alcalde de Sendai, la ciudad natal de Hasekura. Allí comenzó el hermanamiento oficial entre ambas ciudades. Tres años después, en 1992, durante la Exposición Universal de Sevilla, el gobierno japonés erigió en Coria, junto al río, una estatua de bronce de Hasekura Tsunenaga, mirando hacia el Guadalquivir, en recuerdo de la primera misión diplomática de Japón a un país occidental a principios del siglo XVII. También, en 1997, se creó la Asociación Hispano-japonesa “Hasekura” de Coria del Río, que organiza actividades y fomenta el encuentro entre corianos y japoneses.

El príncipe heredero del Japón, Naruhito, actual emperador desde 2019, visitó el pueblo en 2013, reforzando estos lazos culturales y simbólicos entre Coria del Río y Japón.

Los “Japón” de Coria del Río no tienen rasgos necesariamente orientales, ya que han pasado más de 400 años, pero mantienen con orgullo su apellido y su historia. Algunos, que han visitado Japón, han sido recibidos con honores por considerar que representan el último hilo humano de aquella embajada perdida.

Pero la historia de Hasekura Tsunenaga es otra; continuó con un largo y poco esperanzador viaje de regreso a Japón para rendir cuentas de su empresa por Europa.

Diez meses después de dejar España, en abril de 1618, el galeón San Juan Bautista al mando de Hasekura llegó a las Filipinas, y allí se estableció durante más de dos años, antes de su regreso definitivo a Japón, ya en agosto de 1620, y con Hasekura Tsunenaga al filo de los 50 años de edad.

A su regreso se encontró con un Japón muy diferente al que dejó, apenas nueve años antes. La sombra del Shogun, que condenaba a pena de muerte a todo aquel que entrara o saliera del país, dio paso a un oscuro período de aislamiento japonés, en que se rompieron todas las relaciones comerciales y diplomáticas con el exterior. A ello había que sumar el empeño por erradicar el cristianismo. Lo sufrieron centenares de cristianos, pero especialmente lo hizo Fray Luis Sotelo cuando, al regreso de la misión Keicho, fue quemado vivo al poner pie en el puerto de Nagasaki.

Por su parte, Hasekura Tsunenaga (Felipe Francisco de Faxicura), fue inmediatamente encarcelado por orden del Shogun y, de ahí al final de sus días (falleció el 7 de agosto de 1622, apenas dos años después de volver a sus orígenes), los datos son poco claros.

Las cartas que llevaba del Papa y de Felipe III, así como los documentos diplomáticos, fueron ignorados completamente. Sus gestos de lealtad a la Iglesia y su bautismo en Madrid, fueron vistos con sospecha. Los samuráis cristianos que le acompañaron en el viaje, fueron interrogados, torturados y ejecutados. Algunos se escondieron o renegaron de la fe para sobrevivir.

Los historiadores debaten entre las conjeturas de que Hasekura abandonó el cristianismo, mientras hay quien defiende que fue martirizado por su fe cristiana, como forma de dar ejemplo. También hay quien apuesta porque mantuvo sus prácticas cristianas en secreto hasta el día de su muerte.

La verdad de todo se guarda en su tumba, en el templo budista de Enfukuji, en la región de Miyagi, desde donde partió la primera comitiva japonesa que llegó a Europa y que dejó en Coria del Río un legado humano.

Con base en esta historia, en 2019 se rodó en España la película “Los Japón”, una divertida comedia dirigida por Álvaro Díaz Lorenzo e interpretada por Dani Rovira como protagonista. La trama nos presenta a Paco Japón, un vecino de 37 años de Coria del Río, cuya vida y la de su familia cambia drásticamente al convertirse en heredero del trono nipón, y viviendo en el Palacio Imperial. El choque cultural y lingüístico entre japoneses y andaluces provoca situaciones cómicas y disparatadas.

José Antonio Parra Tomás