LA GRAN VÍA
Qué ciudad que se precie en nuestro país, no tiene su Gran Vía? Pero seguramente siendo especial cada una de ellas, la de Madrid tiene un encanto único. Para empezar porque solamente en los últimos años ha recibido ese nombre, también por los edificios y espacios que la componen, o por las gentes que la han paseado, o por la vida que cada día palpita en su interior rebosante de energía. La Gran Vía de Madrid.
JOSÉ ANTONIO PARRA TOMÁS
José Antonio Parra en Asociación la Tortuga de El Charco
9/21/20257 min read


LA GRAN VÍA
Aunque algunos no seáis aficionados a la zarzuela, el llamado “género chico”, seguramente habréis oído más de una vez el “Tango de la Menegilda”, ese que dice: “Pobre chica la que tiene que servir…”, y que es la pieza más famosa de “La Gran Vía”, zarzuela, que se constituyó en lucha popular para quienes no querían que en su Madrid castizo se construyera La Gran Vía, calle, que ya cumplió sus cien años.
Por aquella época, el centro de Madrid estaba lleno de calles pequeñas que lo hacían casi imposible para el tráfico. El proyecto urbanístico de la Gran Vía se basaba en abrir una avenida amplia que aliviase el atestado centro, más concretamente la Puerta del Sol, donde no hubiese encrucijadas y que fuera como un eje este-oeste, que conectara la calle de Alcalá con la plaza de España. Además, la capital de España necesitaba edificios representativos y éste parecía un buen lugar para levantarlos.
Se trataba, también, de imitar lo hecho en París durante el Segundo Imperio por el barón Haussmann, cuya obra daría lugar, entre otras avenidas que hoy forman el esqueleto de la capital francesa, a la Avenida de la Ópera y a todas las que confluyen en la Plaza de L’Etoile (donde está el Arco del Triunfo).
El primer proyecto de la Gran Vía madrileña fue de 1862; posteriormente, en 1898, se modificó y se aprobó el proyecto definitivo en 1901, siendo alcalde de Madrid el conde de Romanones.
En abril de 1910, nueve años más tarde, se comenzaron las obras con la presencia de Alfonso XIII. Con una piqueta de oro, el monarca daba el primer golpe para la demolición de aquel barrio popular y construir una “calle para el siglo XX”. ¿Y por qué supuso una “indignación” popular, que llevó incluso a crear la satírica zarzuela? Porque el proyecto suponía el derribo de 319 casas, entre ellas el Colegio de las Niñas de Leganés, la Casa del Ataúd o el palacio de la duquesa de Sevillano; la reforma de 35 calles y la desaparición de otras 15, por ejemplo, la del callejón del Perro, la calle más estrecha de Madrid (con poco más de dos metros y medio) y de las más peligrosas, porque en ella, según se decía, había un terrible perro fantasma. Toda esa obra era una insignificancia si lo comparamos con las más de 20.000 casas que Haussmann se “cargó” en París.
La Gran Vía se construyó en tres tramos, que se fueron completando entre 1910 y 1929; en total 1316 metros de larga y entre 25 y 35 metros de anchura. Destaca el edificio Metrópolis, uno de los símbolos de Madrid y de los primeros que se construyeron en 1911; se asume habitualmente que la Gran Vía comienza en el edificio Metrópolis; el edificio Carrión (o Capitol), en Callao, famoso por el anuncio de neón de Schweppes; el edificio Telefónica, uno de los primeros rascacielos de Europa, y el edificio España y la Torre de Madrid, que son posteriores a 1950.
La zarzuela “La Gran Vía”, con música de Federico Chueca y Joaquín Valverde, satiriza la gran obra urbanística que fue la apertura de la Gran Vía de Madrid, que entonces aún se hallaba en fase de proyecto y tardaría décadas en concluirse. La obra, por tanto, jugaba con la ironía de presentar como ya existente, una avenida que todavía no era más que un plan en papel. Se estrenó en el teatro Felipe el 2 de julio de 1886, y se mantuvo en cartel dos años consecutivos. Se tradujo al italiano, francés, inglés y alemán, entre otros. Se representó en toda América Latina, además de en Francia, Inglaterra, Austria, Holanda, Dinamarca, Suecia, Noruega, Turquía, Rusia, EE. UU. y Japón.
La famosa calle creada, la Gran Vía, se llamó así popularmente desde un primer momento, pero sus nombres oficiales fueron otros. En principio, sus tres tramos figuraron en el callejero como calle Eduardo Dato, avenida de Pi y Margall y calle del conde de Peñalver (alcalde en ese momento en Madrid). Luego, poco antes de comenzar la guerra civil española, los dos primeros tramos se unificaron en Avenida de la CNT. Poco después, el total de la calle era la Avenida de Rusia y más tarde la Avenida de la Unión Soviética.
Durante la guerra, los civiles se refugiaban en el metro y los impactos de obús llovían sin parar sobre la que el humor popular bautizó como “Avenida de los obuses” o “Avenida del quince y medio”, refiriéndose al calibre de los proyectiles que caían sobre el edificio de Telefónica, que se había constituido en observatorio militar. En Callao cayó una bomba que atravesó varias plantas del cine Coliseum, pero no llegó a explotar.
Eran tiempos en los que intelectuales de todo el mundo actuaban como corresponsales en zonas de guerra. Entre otros, el piloto y escritor Antoine de Saint-Exupéry (El Principito); el fotógrafo Robert Capa, su novia Gerda Taro (alemana) y Chim Seymour (polaco); el británico George Orwell; el francés André Malraux; el italiano Indro Montanelli; los norteamericanos John Dos Passos, Ernest Hemingway y la esposa de éste, Martha Gellhorn, que fue pionera en la profesión de contar cosas desde el frente. Todos ellos se daban cita en el desaparecido hotel Florida, en la Plaza del Callao, y utilizaron la Gran Vía como privilegiado observatorio de la contienda. Finalizada la guerra, la calle se convirtió en la Avenida de José Antonio. En 1981 recuperó su identidad original y desde entonces se llama, simplemente, la Gran Vía.
Decía Francisco Umbral que “para llegar a algo en Madrid hay que empezar en la Gran Vía”, y es que las señas de identidad de esta famosa arteria madrileña son el medio centenar largo de edificios monumentales modernistas, barrocos o eclécticos; civiles, religiosos o militares; para vivir, trabajar o para el ocio. Y así, la Gran Vía no es solo una calle: es un teatro al aire libre donde la historia, el cine, la guerra y la fiesta han dejado huellas vivas.
Y los cines y teatros, tan cambiantes en sus espectáculos y estilos con el tiempo: Palacio de la Música, Capitol, Avenida, Palacio de la Prensa, Lope de Vega, Gran Vía, Pompeya, Coliseum… En los años 80 y 90 muchos cines cerraron para dar paso a tiendas de moda, pero aún conserva salas importantes. En los cines de la Gran Vía se estrenaron todas las películas míticas en España. En 1950, la llegada del Cinerama en el cine Capitol revolucionó a los espectadores: muchos salían mareados porque nunca habían visto una pantalla tan grande y envolvente.
Y la Gran Vía de día, la de los negocios y el ajetreo del tráfico de los miles de coches diarios y los cientos de autobuses en hora punta; y la nocturna, hoy algo menos activa, toda de luces de neón y reclamos publicitarios, en la que se conservan aún iconos como el Museo Chicote, la obra de ese famoso barman (y aprovecho para contaros la anécdota por la que Perico Chicote le negó el capricho de una botella a Sofía Loren, pero que le regaló un viejo güisqui al sorprendido descubridor de la penicilina, cuando Fleming vio en los estantes la marca que tomaba de estudiante en Oxford y que ya no se comercializaba).
La Gran vía ha sido recorrida por jefes de Estado, estrellas de cine y escritores. Una actriz, que en los años 50, se veía mucho por sus cafés y cines, fue Ava Gardner, siempre acompañada de toreros y artistas. También, Frank Sinatra paseo y compró discos en una tienda de Callao.
La casualidad hizo que mis primeros paseos (en cochecito de bebé) fueran en la Gran Vía. Gran Vía arriba, Gran Vía abajo. Por circunstancias de la vida vine a nacer en Madrid y allí “eché los primeros dientes”. Por eso llevo, seguramente en el subconsciente, grabada esa calle y siento periódicamente como una “llamada”, que me hace acudir a pisar sus aceras, a meterme en las bocas de metro, a mirar sus escaparates, sus fachadas espectaculares con sus remates artísticos… siempre en busca de alguna placa conmemorativa o alguna señal identificable que me permita unir una ventana, un balcón, una terraza con un recuerdo histórico o personal. Y todo ello con el cuidado de no golpearme en los quioscos de prensa que abundan o con los miles de transeúntes y, por supuesto, para satisfacer la necesidad de “sentir” el Madrid más tradicional del siglo XX.
Después de 113 años, se puede decir que la Gran Vía madrileña ha visto de todo. Uno de los casos más sonados fue en 1928, cuando al celebrarse una corrida de toros, se escapó un toro y hubo que darle muerte allí mismo. Además, desde hace muchos años, cada último domingo de octubre, se celebra en Madrid la fiesta de la trashumancia. Los rebaños recorren la avenida, y los pastores defienden este manejo del ganado porque crea empleo, favorece la biodiversidad y evita incendios.
Cuando vayáis a Madrid y paseéis por la Gran Vía, mi consejo es mirar, a secas, y en todas las direcciones. La Gran Vía sigue teniendo ese algo de espectáculo que le confieren sus edificios, sus gentes, los negocios que permanecen o que se acaban de instalar, sus hoteles nuevos y sus pensiones viejas, sus tipos característicos y las leyendas (y no tan “leyendas”) de sus calles aledañas. Os aconsejo que miréis a esa centenaria con ojos de historia, con esa capacidad de adaptación que ha tenido sin perder la dignidad, y que va desde un Chicote hecho museo hasta un fast food oportunista. Daos un paseo por la calle más zarzuelera con ojos de turista; mirad hacia arriba, gozad con la arquitectura y los ornamentos escultóricos, y buscad ese típico balcón, ese famoso portal o simplemente el añejo glamour del “Broadway madrileño”.
José Antonio Parra
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