LA ROSA DE ORO
Condecoración Pontificia reservada exclusivamente en la actualidad a algunas de las advocaciones o santuarios marianos más famosos. Con anterioridad al Concilio Vaticano II, si se concedía a personalidades católicas relevantes, como la concedida a Isabel II y que aquí se cuenta brevemente.
JOSÉ ANTONIO PARRA TOMÁS
José Antonio Parra en Asociación la Tortuga de El Charco.
4/27/20257 min read


Una de las últimas distinciones otorgadas por el Papa Francisco fue, el pasado 3 de diciembre de 2024, la “Rosa de Oro”, concedida a la Virgen de la Esperanza Macarena de Sevilla. Es la tercera vez que se concede este galardón en España. En 2009, Benedicto XVI se la otorgó a la Virgen de la Cabeza de Andújar, y en 2023, el Papa Francisco, a la Virgen de Monserrat de Cataluña.
La “Rosa de Oro” es una condecoración, creada en el siglo XI, que otorga el Papa a personalidades católicas relevantes, usualmente emperadores, reyes, duques y, desde el Concilio Vaticano II y por voluntad de Pablo VI, la Rosa de Oro se concede exclusivamente a algunas de las advocaciones o santuarios marianos más famosos.
La “Rosa de Oro” está realizada en plata con un baño de oro y representa a un rosal con flores, botones y hojas, todo ello colocado en un vaso de plata de estilo renacentista y con el escudo papal. Anteriormente, este presente fue utilizado por los Papas como instrumento de sus relaciones diplomáticas. Así, en 1868, el Papa Pío IX o Pío Nono le concedió esa distinción a la reina Isabel II. Un poco de historia.
La muerte del general carlista Zumalacárregui, en el sitio de Bilbao, precipitó el armisticio de la primera guerra carlista. Y así, el general carlista Maroto pactó con el general Espartero con el famoso ‘abrazo de Vergara’.
Lo único bueno que nos trajo aquella guerra absurda y cruel, que costó 300.000 muertos, fue un descubrimiento culinario de suma importancia realizado por el cocinero del general Zumalacárregui, poco antes de morir éste; se trataba de un plato barato, nutritivo y fácil de preparar para alimentar a las tropas: la tortilla de patatas.
Sucedió después una época de inestable paz debido a ciertos pronunciamientos de generales (pronunciamiento, es una palabra que hemos legado internacionalmente, junto con siesta, guerrilla, desesperado, y algunas otras, ninguna buena, excepto siesta).
En medio de aquel torbellino de política y guerra, María Cristina de Borbón, viuda de Fernando VII y madre de Isabel II, ejerce de reina regente del reino, por la minoría de edad de su hija, con la ayuda del general Espartero como jefe de gobierno.
María Cristina no es buena regente, lo que la hace muy impopular entre el pueblo y los políticos. También es criticada por su vida privada. Pocos días después de quedarse viuda, María Cristina, que entonces tiene veintisiete años y es joven y guapa, se enamora fulminantemente de un joven capitán, dos años menor que ella, llamado Fernando Muñoz. El mutuo flechazo se produjo cuando la reina va camino del palacio de La Granja, en Segovia, acompañada por sus damas, sufriendo en el viaje una hemorragia nasal que no cesa. Ante la escasez de pañuelos dentro del carruaje y el consiguiente apuro de la reina, el oficial que la escolta a caballo, saca su pañuelo y lo introduce por la ventanilla del coche para prestárselo a la reina. Unos minutos después, la reina, agradecida y sonriente, se lo devuelve ensangrentado. El oficial, en un gesto que podría haber sido considerado como una grave falta de respeto, se lleva el pañuelo a los labios, quedando María Cristina totalmente impresionada por el atrevido galán. Tres meses después de la muerte de Fernando VII, la reina María Cristina y el capitán Fernando Muñoz contraen matrimonio secreto y morganático en el palacio real, a las siete de la mañana; una situación comprometedora, sin permiso de las Cortes, que trata de ocultarse al pueblo, dada la condición de regente de María Cristina. Un secreto a voces, pues tuvieron ocho hijos y el pueblo madrileño cantaba aquello de:
Clamaban los liberales
Porque la reina no paría
Y ha parido más Muñoces
Que liberales había
Doña María Cristina, romántica y enamorada, renunció a la regencia en cuanto su hija Isabel fue mayor de edad, y llevó una feliz vida junto a su capitán, ascendido a duque de Riánsares y Grande de España. Sin embargo, ambos se metieron en negocios turbios, como la trata de esclavos africanos, la explotación de negocios azucareros en Cuba, y otras actividades, que les generaron una considerable fortuna. Descubiertos esos casos de corrupción, tuvieron que exiliarse de España y fijar su residencia en París.
Una curiosidad: la hija mayor, de los ocho hijos que tuvieron, llamada Mª Amparo Muñoz y Borbón, se casó con el príncipe polaco Wladyslaw Czartoryski. Su hijo, Augusto, al que su padre quería que se dedicara a la carrera diplomática, ingresó en la Orden de los Salesianos, siendo ordenado sacerdote en contra de la opinión familiar. Murió un año más tarde de tuberculosis. El 25 de abril de 2004 fue declarado Beato por el Papa Juan Pablo II. Para saber más de este Beato:
http://www.aciprensa.com/santos/santo.php?id=533
Continúo con la historia. Isabel II fue declarada mayor de edad a los trece años, todavía una niña, algo corta de entendederas y de educación tan descuidada que era prácticamente analfabeta. En lo que resultó muy precoz fue en el sexo, heredando el carácter lujurioso de la familia.
Con los carlistas a la expectativa, y un país dividido entre liberales y conservadores, era necesario y urgente casar a la reina y afianzar la dinastía con un heredero. La casaron a los dieciséis años con su primo Francisco de Asís de Borbón, ocho años mayor que ella. Este, según se cuenta, era un bisexual notorio, escorado a homosexual y voyeur. Es famosa la frase de lamento de Isabel II: -“¿Qué puedo esperar de un hombre que en nuestra noche de bodas llevaba más encajes que yo, y en lugar de calzoncillos llevaba enaguas?”. El pueblo, con su sarcástico ingenio lo apodó doña Paquita, Paquita Natillas y Pasta Flora, y le inventó unas coplillas:
“Gran problema es en la Corte
averiguar si el consorte
cuando acude al excusado
mea de pie o mea sentado.
Paquito Natillas
es de pasta flora
y mea en cuclillas
como las señoras”
Francisco de Asís, que ostentó los títulos de duque de Cádiz y conde de Moratalla, halló pronto compañía en Antonio Ramón Meneses, un apuesto joven, con quien logró estabilidad emocional.
Isabel creció más a lo ancho que a lo alto y se convirtió en una reinona gorda y fofa, castiza y chulapona, hipocondríaca y fecunda, que tragaba fuentes de arroz con leche como el que come pipas. “Isabelona tan frescachona y don Paquito tan mariquito”.
Era muy fogosa y tuvo decenas de amantes, con los que tuvo once hijos, de los cuales vivieron seis. La primera fue una niña, del comandante José Ruiz de Arana, y el siguiente un niño, el futuro rey Alfonso XII, del capitán Enrique Puig Moltó. Su marido, Francisco de Asís, no tuvo ningún reparo en aceptar la paternidad de los hijos que alumbraba su esposa, a cambio de recibir un millón de reales por presentarlos en la Corte. No hay que sorprenderse porque Alfonso XII fuera hijo adulterino, pues la ley española, fiel al código napoleónico, sostiene que todo hijo nacido dentro del matrimonio tiene por padre al marido. Hoy día, con tanta prueba genética, no sé donde acabará la cosa.
Por cierto, como ejemplo del carácter campechano y borbónico de la reina, al ginecólogo que auscultándola predijo que estaba embarazada de un varón (Alfonso XII), le concedió el título de marqués del Real Acierto.
Al general Espartero que había gobernado dictatorialmente, con las Cortes disueltas, lo derrocó un pronunciamiento del general Narváez. Y después de Narváez, tras otro pronunciamiento, gobernó el general O’Donnell, que llegó a un acuerdo con Espartero para gobernar alternativamente.
La política nacional no era aburrida ni previsible, porque a los frecuentes pronunciamientos con su secuela de movilizaciones funcionariales, destierros de unos y entradas triunfales de otros, había que sumar una guerra en África y otra en el Pacífico (islas Marianas y Filipinas).
Hacia mediados de siglo la economía comenzó a crecer y las inversiones de capital extranjero hicieron posible un cierto despegue económico: se abrieron fábricas textiles en Cataluña y acerías en el País Vasco; se intensificó la explotación minera y se tendieron los primeros ferrocarriles. La primera línea de ferrocarril, de 28 km., la inauguró la reina en 1848, entre Barcelona y Mataró.
En este ambiente tan propicio, aparecieron los especuladores, como el marqués de Salamanca, y una oligarquía de industriales que se enriquecieron, y que constituyeron dinastías bancarias y empresariales, algunas de las cuales aún perduran.
La reina, envalentonada, arrinconó a los progresistas y provocó una marejada en las revueltas aguas políticas. El Papa, siempre al quite, apoyó la nueva orientación de la monarquía, tan conveniente para los intereses de la Iglesia. Años antes se había resistido a bautizar a Alfonso XII por ser hijo adulterino, pero echando “pelillos a la mar”, y comprendiendo que, si la monarquía caía, la Iglesia perdería su secular aliado, no vaciló en apoyar a Isabel, y hasta la condecoró, en febrero de 1868, con la más alta distinción vaticana, la “Rosa de Oro”. Un cardenal protestó: “Santo Padre, ¡es una puttana! A lo que Pío IX replicó: “Puttana, ma pia” (Puta, pero piadosa).
El ala progresista, en vista del giro autoritario de la reina, se agrupó a la sombra del general Prim, que detestaba a los Borbones, y de los generales Serrano y Domínguez. En septiembre de 1868, triunfó el pronunciamiento de una parte del ejército, secundado por el pueblo, en lo que se ha llamado Gloriosa Revolución. El pueblo, siempre voluble, y que Isabel se creía que la adorada, se echó a la calle al grito de “Abajo la Isabelona, fondona y golfona”, y el general Serrano, antiguo amante de Isabel, venció a las tropas fieles a la reina en la batalla del Puente de Alcolea (aún existe el bello puente de piedra, cerca de Córdoba). Isabel que estaba veraneando en San Sebastián, solo tuvo que recorrer unos pocos kilómetros para ponerse a salvo en Francia.
José Antonio Parra Tomás
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