LOS SANTOS MÉDICOS
Que la iglesia anda llena de Santos, a nadie se le escapa, que algunos de ellos hayan llegado a la santidad a través de su vocación por la medicina, es algo menos habitual y sin embargo es el caso que nos ocupa en este artículo, que también está repleto de curiosidades al respecto.
JOSÉ ANTONIO PARRA TOMÁS
José Antonio Parra en Asociación la Tortuga de El Charco
9/27/20256 min read


LOS SANTOS MÉDICOS
El santoral cristiano está repleto de historias asombrosas, abundando los relatos de martirios con decapitaciones, desmembramientos, torturas y otras “lindezas”, y dichas tradiciones piadosas han servido a menudo de fuente de inspiración para multitud de artistas a lo largo de la Historia.
Buena parte de estas obras de arte, inspiradas por estos relatos, pueden resultar muy llamativas desde una perspectiva actual, y a menudo son capaces de provocar en quien las mira reacciones que van desde la sorpresa hasta la sonrisa, pasando por el rechazo.
Muchas de ellas, aunque no siempre se apoyen en fuentes históricas sólidas, han nutrido el imaginario artístico. Por ejemplo, todos conocemos obras de Zurbarán y Dominichino y muchos retablos barrocos, que representan a santa Lucía y sus ojos en una bandeja; santa Águeda con los pechos en un plato, en cuadros de Sebastiano del Piombo; san Lorenzo en la parrilla, pintado por Tiziano y Ribera; san Sebastián cubierto de flechas, en obras de El Greco y Mantegna; san Cristóbal cargando al Niño Jesús en el río; san Jorge y el dragón, etc. Todas estas reacciones (de sorpresa, sonrisa, rechazo…), se producen cuando contemplamos esas obras.
Y, ahora, me voy a centrar en una de ellas; se trata del óleo de finales del siglo XV, titulado “El sueño de un sacristán”, atribuido al llamado Maestro de los Balbases, en el que se representa uno de los supuestos milagros de los santos mártires Cosme y Damián, patronos del municipio murciano de Abarán, localidad en la que tengo buenos amigos, y donde he asistido varios años a sus fiestas, dedicadas a estos santos, en la última semana de septiembre.
Según la tradición cristiana, Cosme y Damián fueron dos hermanos gemelos que, en el siglo III d.C., ejercían la medicina de forma altruista en Cilicia, en la península de Anatolia, actual Turquía. Los hermanos, de fe cristiana, ayudaban a los enfermos sin cobrar nada a cambio y, mientras curaban, aprovechaban para anunciar la fe en Cristo. Esta mezcla de caridad y predicación, les granjeó gran fama en la región, hasta que fueron perseguidos, torturados y finalmente decapitados por orden del emperador Diocleciano.
Por esta razón, a esta pareja de santos, entre cuyas cualidades consta la de desempeñar su profesión de manera altruista y desinteresada, eran llamados anárgyros, es decir, “sin dinero”. Este calificativo lo otorgaba la Iglesia griega a aquellos santos que habían cumplido en sus vidas la recomendación de Jesús: “lo que gratis habéis recibido, dadlo también gratis” (Mt. 10, 8). Esta gratuidad y espíritu de servicio hizo que, con el tiempo, fueran reconocidos como patronos de los médicos, cirujanos y farmacéuticos.
Desde los primeros siglos después de su muerte, se les atribuyeron numerosas curaciones milagrosas, y su culto fue extendiéndose por todo el mundo cristiano, levantándose en su honor numerosos templos en distintas ciudades, entre ellas la misma Roma. Si alguno habéis visitado Roma, no sé si habréis reparado en una iglesia dedicada a estos santos, ubicada en el mismo foro romano, sobre los cimientos de lo que originalmente fue el templo de Rómulo.
Sin embargo, fue a partir del siglo XIII cuando comenzaron a circular nuevas historias de supuestos milagros atribuidos a estos mártires médicos, coincidiendo con la publicación de la exitosa Leyenda dorada, la recopilación de vidas y milagros de santos realizada por Jacobo della Voragine.
Según el relato recogido por este religioso dominico, fue precisamente en esta iglesia romana dedicada a los dos santos (consagrada por el propio papa Félix IV, en el siglo V), donde se produjo uno de los portentos más significativos que se atribuyen a los hermanos médicos.
Las páginas de la Leyenda dorada refieren que un sacristán de la iglesia, enfermo de gravedad debido a la gangrena que le afectaba una pierna, soñó una noche que se le aparecían Cosme y Damián. Los santos, acompañados por varios ángeles, procedieron a amputarle la extremidad gangrenada.
Como el milagro habría quedado incompleto, si solo le hubieran cortado la pierna enferma, los santos hermanos decidieron trasplantarle una extremidad sana, y para ello no dudaron en emplear la pierna de un criado africano que había fallecido días atrás, y cuyo cadáver estaba enterrado en el cementerio de la iglesia de San Pedro in Vincoli (otra iglesia de Roma, cercana a la de San Cosme y San Damián, famosa porque alberga la cadena con la que fue encarcelado san Pedro en Jerusalén y donde se encuentra también la célebre escultura del “Moisés” de Miguel Ángel).
Cuando al día siguiente el sacristán despertó tras aquel extraño sueño, descubrió con sorpresa que su pierna enferma no solo no le dolía, sino que la extremidad presentaba el color de una persona de raza negra. Al relatar a todo el mundo aquel portento, se procedió a desenterrar al criado fallecido, y se descubrió que, en efecto, le faltaba una pierna: la misma que disfrutaba ahora el devoto sacristán.
Esta historia es la que aparece representada de forma magistral en el óleo del Maestro de los Balbases, que hoy se encuentra en la colección de la Wellcome Library de Londres, aunque posiblemente estuvo en origen en la iglesia de los santos Cosme y Damián en Burgos.
Aquella tradición milagrosa gozó de tal éxito que, el supuesto milagro, que podríamos considerar como el primer “trasplante” de la historia, al menos en la ficción, fue reproducido en decenas de obras de arte (algunas variantes convierten en protagonista al emperador Justiniano, en lugar de al sacristán, como sucede en un lienzo pintado por Fra Angelico).
Además de la pintura, hoy custodiada en la Wellcome Library, y del lienzo realizado por Fra Angelico, hay otro ejemplo que llama especialmente la atención, sobre todo por un detalle que para nuestra visión actual resulta ofensivo e inmoral.
Si alguna vez pasáis por Valladolid, podéis ver en el Museo Nacional de Escultura, un relieve tallado en madera policromada del siglo XVI, en el que se recoge la tradición piadosa de la curación milagrosa del sacristán, aunque con una diferencia fundamental. En esta talla, el criado africano no está muerto, sino que aparece tumbado en la esquina inferior derecha de la escena, doliéndose después de que los santos, sin muchos reparos, le amputaran una pierna sana para ponérsela al sacristán, de piel mucho más blanca, claro está.
Más o menos en las fechas (mediados del siglo XVI) en las que el escultor Isidro de Villoldo, a quien se le atribuye esta obra, tallase esta versión del milagro, “políticamente” poco correcto, tuvo lugar la llamada Junta de Valladolid, en la que fray Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda se enfrentaron dialécticamente con motivo de la llamada polémica de los naturales.
Fray Bartolomé defendía los derechos de los indígenas americanos, y por extensión de otras razas, igualando su humanidad a la del hombre blanco, mientras que Juan Ginés de Sepúlveda consideraba a negros e indios como seres inferiores, poco más que animales, y por tanto sin chispa divina en su interior.
Con ideas como las de Juan Ginés de Sepúlveda, no es de extrañar que al pobre africano de la talla de Isidro de Villoldo, los santos mártires Cosme y Damián le amputaran una pierna sana, en vivo y sin anestesiar.
El debate de Valladolid sirvió para actualizar las Leyes de Indias y crear la figura del “protector de indios”. De ahí surgió el moderno derecho de gentes (ius gentium). El debate generado y la cuestión del trato que recibieron los indios son un claro precedente de los derechos humanos.
Actualmente, en España, se celebra en distintas localidades la festividad de san Cosme y san Damián. En la localidad burgalesa de Las Quintanillas, desde la Edad Media se celebra cada 27 de septiembre la fiesta en su honor. La tradición cuenta que los santos curaron milagrosamente a un niño del pueblo, que había nacido con la cabeza desfigurada. En agradecimiento, los vecinos comenzaron a sacar en procesión dos cabezas-relicario de plata, con la efigie de los santos. Con el tiempo, esta procesión fue conocida popularmente como “la romería de las cabezas”, porque los fieles, al pasar las reliquias sobre sus cabezas, piden salud y protección contra las enfermedades. Es una de las fiestas más pintorescas de Burgos.
En Sevilla, la Hermandad de los santos Cosme y Damián está vinculada al Hospital de las Cinco Llagas (actual Parlamento de Andalucía), porque allí se cuidaba a los enfermos pobres, siguiendo el espíritu de los santos médicos.
José Antonio Parra
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