MARÍA CRISTINA ME QUIERE GOBERNAR

Vicisitudes del reinado de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, última esposa de Fernando VII

JOSÉ ANTONIO PARRA TOMÁS

José Antonio Parra en Asociación la Tortuga de El Charco

11/24/20249 min read

"... y yo le sigo, le sigo la corriente / porque no quiero que diga la gente / que María Cristina me quiere gobernar".

Esta popular canción, que todos habréis tarareado (o al menos escuchado) alguna vez, fue una de la muchas que el pueblo español le dedicó a María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, que entre otras cosas fue la cuarta y última esposa de Fernando VII, madre de Isabel II y Regente de España durante la minoría de edad de Isabel, entre 1833 y 1840. Protagonista de un importante periodo de la historia española, esta reina es, sin embargo, una gran desconocida. Pienso que es una lástima, porque su azarosa vida es una gran fuente de anécdotas, algunas buenas y otras no tanto. Todo eso, sin contar con la fama de mandona que siempre la acompañó.

El 11 de diciembre de 1829 se produjo el matrimonio entre Fernando VII y María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, que era su sobrina carnal (hija de su hermana). Fernando VII tenía ya 45 años, tres matrimonios a sus espaldas, y era famoso por su ardor sexual y por tener una deformación genital llamada macrosomía genital, que hacía que su miembro viril fuera monstruoso, tanto en forma como en tamaño. El problema es que agradable sería para él, pero no para sus esposas. La tercera de ellas, María Amelia de Braganza, echó a correr en su noche de bodas al ver aquella cosa descomunal, y en sus años de matrimonio apenas mantendrían relaciones, sin descendiente alguno. El propio Vaticano tuvo que intervenir para convencer a la devota joven de 17 años que tendría que cooperar, ya que el fin era conseguir un heredero; pero nada, que no hubo manera. Total, de las tres primeras esposas no logró descendencia alguna, por abortos y por incapacidad de mantener relaciones sexuales. Así es que los médicos de la Corte idearon el plan de confeccionar un cojín circular con un agujero en el centro (con forma de donuts) que Fernando VII tenía que ensartar en pleno coito, y así hacía de tope para no chocar con la pared uterina de la mujer de turno.

Por tanto, a esas alturas, era poco menos que un vejestorio comparado con María Cristina, de 23 años. Ésta accedió a utilizar el dichoso cojín, y parece que le fue bien al darle al fin un heredero tras tanto trajín. Y parece ser que ella era también "ardiente e infatigable en sus juegos y escarceos amorosos", por lo que cada vez que se producía un encuentro entre ambos, el rey salía de la habitación resoplando y agotado. Posiblemente esto fue una de las causas de que Fernando VII enfermara gravemente y muriera el 29 de septiembre de 1833, no sin antes nombrar a su esposa Regente mientras que su hija, llamada a reinar como Isabel II (que entonces tenía 3 años), llegara a la mayoría de edad.

Muy poco tiempo después de quedarse viuda, María Cristina, que entonces tenía veintisiete años, se enamora fulminantemente de un joven capitán llamado Fernando Muñoz. El mutuo flechazo se produce cuando la reina va camino del palacio de La Granja, en Segovia, acompañada por sus damas, sufriendo en el viaje una hemorragia nasal que no cesa. Ante la escasez de pañuelos dentro del carruaje y el consiguiente apuro de la reina, el oficial que la escolta a caballo, saca su pañuelo y lo introduce por la ventanilla del coche para prestárselo a la reina. Unos minutos después, la reina, agradecida y sonriente, se lo devuelve ensangrentado. El oficial, en un gesto que podría haber sido considerado como una grave falta de respeto, se lleva el pañuelo a los labios, quedando María Cristina totalmente impresionada por el atrevido galán.

María Cristina (que era muy religiosa) quiso casarse con Fernando Muñoz, pero había un problema: si se casaba con el capitán, se produciría un matrimonio morganático y perdería todos sus privilegios. Así que optó por casarse religiosamente, pero en secreto. ¿Y qué es un matrimonio morganático? Es una unión entre personas de rango social desigual y recibe también el nombre de "matrimonio de la mano izquierda" (porque en este tipo de bodas el novio sostenía la mano de la novia con la mano izquierda, al contrario que en las bodas normales). Lo malo de este tipo de bodas es que el cónyuge noble pierde todos sus títulos y los hijos habidos en el matrimonio (llamados hijos morganáticos) no pueden, por tanto, heredarlos.

Se cuenta una curiosa anécdota: la dama de confianza de María Cristina le preguntó si no había perdido con el cambio, ya que en palacio era famoso el portentoso miembro viril del rey. María Cristina le contestó que no, ya que el capitán Muñoz "también tenía un buen trancazo". Lo malo es que esa última frase fue escuchada por varios nobles y por el obispo. María Cristina, rápida de reflejos, les indicó que así es como se referían a los catarros en Tarancón, ciudad natal del capitán. El médico real, que también se encontraba presente, no se atrevió a desmentirlo; el término se difundió en palacio y de ahí a la calle, donde "trancazo" se convirtió en un sinónimo de fuerte resfriado.

De modo que intentar mantener el secreto del matrimonio era vital para la flamante Regente María Cristina. Claro que dicho secreto duró poco tiempo. Y es que el bueno de Fernando Muñoz le hizo a María Cristina nada menos que 8 hijos. Ella trataba de disimular los embarazos vistiendo siempre vestidos anchos, pero la verdad es que la gente se dio cuenta enseguida. Esto dio lugar a chistes y coplillas varias. Por ejemplo, a Muñoz comenzaron a llamarlo "Fernando VIII", pero sin duda alguna la de mayor ingenio era una canción que se entonaba en las calles y cuya letra decía "Clamaban los liberales porque la reina no paría / y ha parido más muñoces que liberales había".

La Regencia de María Cristina no fue ningún camino de rosas. Sin duda el problema más importante al que tuvo que enfrentarse fue el de la Primera Guerra Carlista, iniciada por el infante Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII, que no aceptaba que el trono fuera para Isabel II y defendía que era él el que debía heredar la corona. Esta guerra civil duró hasta 1840 y desangró a la ya exhausta nación. Sin entrar en detalle en la guerra, solo os cuento que hay una frase, que aparece en el libro “La Madre Naturaleza”, de Emilia Pardo Bazán, que dice: “En los intervalos en que no se disparaban tiros, los destacamentos divididos solo por el ancho de una trinchera se insultaban festivamente, llamándose guiris y carcas”.

Y es que el origen de ambas palabras se encuentra en este conflicto. Para empezar, los soldados que apoyaban a la Regente María Cristina (y, por tanto, partidarios de que reinara Isabel II) eran llamados cristinos por los carlistas. Pero como los carlistas eran, en su inmensa mayoría, vascos, no pronunciaban correctamente el nombre y más bien decían “guiristinos”. Con el paso del tiempo, la palabra fue acortándose hasta que quedó en “guiri”. Además, para aquellos vascos todo el que no fuera de su región era forastero, de modo que el vocablo se extendió con el significado de extranjero. En cuanto a la palabra “carca”, proviene de “carcunda”, su origen es portugués y significa jorobado. Parece ser que era como las tropas liberales portuguesas llamaban así a los miguelistas, partidarios del infante don Miguel (absolutista). Las tropas españolas que participaron en la contienda la adoptaron y a su vuelta empezaron a llamar carcundas a los carlistas. La palabra fue apocopándose hasta dar la actual “carca”, como sinónimo de retrógrado y reaccionario.

Para mantenerse en el poder y poder ganar la guerra, María Cristina hizo difíciles equilibrios en sus alianzas. Así, se rodeó de liberales y absolutistas moderados buscando hacer un frente común contra los ultra absolutistas que luchaban en el bando carlista. Claro que eso conllevaba frecuentes tensiones entre los que querían que todo siguiera como estaba, haciendo mínimas concesiones, y los que pretendían una apertura más amplia del país. Estas tensiones a veces desembocaban en cosas más serias, como la revuelta que provocó la matanza de frailes en 1834 y el motín de los sargentos de La Granja de 1836, que volvió a poner en vigor la Constitución liberal de 1812 (conocida como “La Pepa”).

Sin embargo, el verdadero propósito de María Cristina era mantenerse en el poder, así que tras la finalización de esta primera guerra carlista con el “Abrazo de Vergara”, entre el cristino Espartero y el carlista Maroto, María Cristina buscó pactar con los carlistas para echar a los liberales del poder. Esta maniobra no sentó nada bien a éstos últimos, por lo que el General Espartero se sublevó y exigió que se constituyera un gobierno progresista. La reacción de María Cristina fue dimitir de la Regencia y exiliarse. Antes de partir al exilio, María Cristina le dijo a Espartero “Te hice duque, pero no logré hacerte caballero”. La reacción del general fue hacer públicas las actas del matrimonio secreto de María Cristina. Claro que de poco le sirvió, ya que una de las primeras paradas del exilio de la ex-Regente fue Roma, donde después de mucho insistir el Papa Gregorio XVI bendijo su boda morganática.

Tras establecerse en París, donde compró el Palacio de la Malmaison (que había pertenecido a Josefina Bonaparte), María Cristina se pasaba el tiempo conspirando contra Espartero y haciendo, desde París, todo tipo de negocios en España. Entre estos negocios destacaban los de ferrocarriles, el carbón, la sal (de la que tuvo el monopolio durante 5 años) y el comercio de esclavos. Se decía que no había proyecto industrial en el que María Cristina (entonces ya reina madre) no tuviera intereses. Aprovechando la información privilegiada de la que disponía, el matrimonio se enriqueció considerablemente. Un ejemplo de ello fue cuando se desprendieron de sus negocios siderúrgicos un año antes de que fuera promulgado el Real Decreto donde se rebajaban los aranceles sobre estos productos, provocando el desastre de la siderurgia española.

Claro que María Cristina ya iba forrada antes de salir de España. Durante su Regencia instauró un fondo del que sacaba mucho dinero, fundamentalmente para comprar voluntades, pero también para joyas. Así, se contabilizaron pagos de más de un millón de reales a un diamantista, o de más de 600.000 para comprar joyas a una viuda (de ese dinero, más de 460.000 eran para un solo collar). En total, la Regente sacó de las arcas públicas más de 37 millones de reales, una cantidad considerable para la época (para que os hagáis una idea, la asignación de Fernando VII en su último año de reinado fue de 40 millones, y con ellos tenía que mantener todo el Patrimonio Real).

La Regente también se embarcó en aventuras absurdas. La más sonada fue un intento en 1846 de restauración de la monarquía en Ecuador en la persona de su hijo Agustín Muñoz y de Borbón, duque de Tarancón, y que tenía por entonces 8 años. El plan contaba con la bendición del Primer Ministro de Ecuador, Juan José Flores, e incluía la unión con Perú y Bolivia, creando el Reino Unido de Ecuador, Perú y Bolivia, con capital en Quito. El plan fracasó al ser depuesto Flores en la Revolución del 6 de marzo. Aun así, tanto Flores como María Cristina siguieron conspirando desde el exilio para reavivar el plan, sin resultado alguno.

No todo fue malo, también hizo algunas cosas buenas, como el auxilio que procuró a la costa onubense en 1834 después de una epidemia de cólera. En agradecimiento, el ayuntamiento de la Real Isla de la Higuerita solicitó y obtuvo su cambio de nombre, que a partir de entonces pasó a llamarse Isla Cristina.

Y vamos con la famosa canción de María Cristina me quiere gobernar... Durante la Primera Guerra Carlista, la canción se hizo muy popular en el frente, donde los carlistas se la cantaban a los liberales (aunque otros historiadores indican justo lo contrario). No está claro si la intención era burlarse de las tropas que apoyaban a la Regente o la letra hacía también mofa del segundo marido de María Cristina. Curiosamente, la canción se hizo muy popular, hasta el punto que, dos generaciones después, se cantaba a otra María Cristina, la de Habsburgo, madre de Alfonso XIII, y también Regente de España hasta la mayoría de edad de su hijo.

Al parecer, los emigrantes españoles llevaron la canción a La Habana, donde se hizo tremendamente conocida. Durante la Guerra de Independencia de Cuba, se cantaba dedicada a la nueva Regente (María Cristina de Habsburgo, que he mencionado antes). En los años 30 del siglo XX, el cantautor cubano Ñico Saquito la grabó añadiendo algunas estrofas y obteniendo un éxito inmediato. En España volvió a oírse en los años 50, y también se convirtió en un éxito apoteósico, aunque el origen de la canción se había ya olvidado.

Última curiosidad: la hija mayor, de los ocho hijos que tuvieron, María Cristina y Fernando Muñoz, llamada Mª Amparo Muñoz y Borbón, se casó con el príncipe polaco Wladyslaw Czartoryski. Su hijo, Augusto, tuvo como tutor al posteriormente canonizado San José Kalinowski. Aunque su padre quería que se dedicara a la carrera diplomática, el joven Augusto entró en la Orden de los Salesianos, siendo ordenado sacerdote en contra de la opinión familiar. Murió un año más tarde de tuberculosis. El 25 de abril de 2004 fue declarado Beato por el Papa Juan Pablo II.

Si queréis saber más de este Beato, nieto de María Cristina, pinchad en este enlace:

http://www.aciprensa.com/santos/santo.php?id=533

José Antonio Parra Tomás