TREGUA DE NAVIDAD

Reflexión sobre cómo pueden llegar a aflorar los mayores sentimientos de humanidad en las situaciones más adversas si se dan las condiciones adecuadas, por ejemplo la Navidad.

JOSÉ ANTONIO PARRA TOMÁS

José Parra en Asociación la Tortuga de El Charco.

12/21/20244 min read

En la Europa convulsa de principios del siglo XX, el asesinato del archiduque Francisco Fernando, heredero al trono del imperio austro-húngaro y de su esposa, la archiduquesa Sofía, en Sarajevo el 28 de junio de 1914, por un joven nacionalista serbio, desató una crisis cuando Austria-Hungría dio un ultimátum a Serbia y se invocaron las distintas alianzas internacionales forjadas a lo largo de las décadas anteriores. En pocas semanas, todas las grandes potencias europeas estaban en guerra y el conflicto se extendió a muchas otras áreas geográficas.

Las alianzas se pusieron en acción y, al contrario de lo que se pueda creer, la reacción de los habitantes de los países en guerra, fue de alegría y celebración. Esto se debía a varios motivos: el primero de ellos es que en 1914, ser militar no solo se consideraba una buena profesión, sino que la sociedad la consideraba la profesión más honorable al que un hombre podía aspirar. La otra razón es que los políticos y los altos mandos militares, habían trasladado a la población que esta guerra era por una causa justa, y que en cosa de unos pocos meses, los soldados podrían pasar las navidades en sus casas, ya que para entonces la guerra habría terminado. ¡Menudos profetas!

En el verano de ese año 1914 se establecieron dos frentes: el oriental y el occidental. En el frente occidental, Alemania había invadido Bélgica en julio con el objetivo de llegar a París, pero los alemanes habían sido detenidos por británicos y franceses, a cambio de una considerable cantidad de bajas. Al cabo de los meses apenas había habido avances significativos en el frente, y los ejércitos se atrincheraron. Sin embargo, las bajas continuaban, aunque muchas no eran por disparos o cañonazos del enemigo, sino por el frío y las enfermedades. Una de ellas, denominada “pie de trinchera”, hizo verdaderos estragos. Los pies de los soldados, al estar constantemente mojados y a temperaturas bajísimas, terminaban con gangrena.

La mayoría de los soldados de ambos frentes eran chicos jóvenes de entre 18 y 25 años que, con el paso de los meses, iban perdiendo, poco a poco, la moral, a pesar de la propaganda que recibían en contra del enemigo. El káiser Guillermo II ordenó enviar al frente abetos de Navidad, raciones de salchichas extras, cerveza y licores para animar a sus tropas. Lo mismo hicieron las monarquías de los países aliados enviando alimentos, puros y objetos para hacer más llevadera la defensa de las posiciones.

Aquella guerra, que fue conocida como la “Gran Guerra”, y años más tarde como la Primera Guerra Mundial, dejó un saldo de casi 40 millones de muertos en cuatro años, destacando dos batallas especialmente sangrientas: la del río Somme, y la de Verdún. Pero a pesar de los daños irreparables, hubo lugar para sorprendentes actos de humanidad entre los bandos enfrentados. Uno de los más asombrosos ocurrió en el frente occidental, y del que ahora se van a cumplir 110 años.

El 24 y 25 de diciembre de 1914, soldados británicos y alemanes cesaron el fuego sin recibir órdenes de hacerlo, para encontrarse con sus adversarios en el terreno entre trincheras, la llamada "tierra de nadie". Había comenzado un armisticio no oficial e improvisado que se replicó en varios puntos de los más de 700 kilómetros de frente occidental. Esa noche sin darse cuenta nacía el príncipe de la paz.

La tregua comenzó en la víspera de Navidad, cuando las tropas alemanas comenzaron a decorar sus trincheras; luego continuaron con su celebración cantando villancicos, especialmente Stille Nacht (Noche de paz). Las tropas británicas en las trincheras al otro lado, respondieron entonces con villancicos en inglés.

Ambos bandos continuaron el intercambio, gritando saludos de Navidad los unos a los otros. Pronto ya había visitas en la “tierra de nadie”, donde intercambiaron pequeños regalos: whisky, cigarrillos, comida…, cantaron canciones navideñas y jugaron al fútbol. El deporte los unió y les hizo olvidar, por un día, todas sus diferencias. Y pudieron comprobar que los enemigos no eran personas horribles, como les habían contado, sino personas corrientes, de una edad parecida, a los que les unía el frío que pasaban y lo mucho que echaban de menos a sus familias.

La artillería en esa región permaneció silenciosa esa noche. La tregua también permitió que los caídos recientes fueran recuperados y enterrados; una tarea hasta entonces imposible. Se realizaron funerales con soldados de ambos lados del conflicto llorando las pérdidas y ofreciéndose su respeto.

En los funerales en la “tierra de nadie”, soldados británicos y alemanes se reunieron para leer un fragmento del Salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me falta…”.

La tregua se propagó hacia otras zonas del frente, y aunque en muchos sectores solo duró esa noche y el día de Navidad, en otros duró hasta el año nuevo, e incluso todo el mes de enero.

La tregua ocurrió a pesar de la oposición de los mandos superiores de los ejércitos. Anteriormente una petición realizada por el papa Benedicto XV de una tregua entre las partes en guerra, había sido desoída.

En los años siguientes de la guerra se ordenaron bombardeos de artillería en la víspera de Navidad, para asegurarse de que no hubiera más debilidades en medio del combate. Asimismo, las tropas rotaban por varios sectores del frente para evitar que se familiarizaran demasiado con el enemigo. A pesar de esas medidas hubo encuentros amigables entre soldados, pero en una escala mucho menor que la de los encuentros del año anterior. Durante la Semana Santa de 1916 ocurrió una tregua similar pero en el Frente Oriental.

Os recomiendo dos películas sobre este tema: la primera es francesa del año 2005, y recoge exactamente la tregua navideña. Se titula: “Feliz Navidad 1914” (Joyeux Nöel); la segunda es una película argentina-chilena-española, también de 2005, que recoge la historia del “Conflicto del Estrecho de Beagle” que enfrentó a Chile y Argentina durante diciembre de 1978, y trata también el tema de la confraternización entre soldados de ambos países enfrentados. Se titula: “Mi mejor enemigo”.

José Antonio Parra Tomás