VENEZUELA ALEMANA
Las naciones, actuales o pasadas, son fruto de guerras, de pactos, de enlaces, de cesiones y de concesiones, que han dado como resultado lo que somos. A veces las deudas de las coronas determinan fórmulas que suponen ceder derechos sobre territorios, normalmente temporales y que resultan durante ese periodo de una pérdida de soberanía real sobre el mismo. Es lo sucedido con una parte de Venezuela durante el reinado de Carlos I.
JOSÉ ANTONIO PARRA TOMÁS
José Antonio Parra en Asociación la Tortuga de El Charco.
10/18/20257 min read


VENEZUELA ALEMENA
En el siglo XVI, Alemania no existía como país, sino que era un conglomerado de pequeños reinos, principados, ducados, ciudades imperiales libres y arzobispados que, en su conjunto, formaban el Sacro Imperio Romano Germánico. Los alemanes, como tales, se subieron tarde al carro de la colonización, y en concreto en América del Sur su mayor éxito fue mantener Venezuela como colonia durante unos 18 años.
Todo empezó en 1519, cuando el rey Carlos I de España deseaba a toda costa ser elegido emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, un título que tenía que ser ganado mediante elección, con los votos de los siete príncipes electores: los arzobispos de Maguncia, Tréveris y Colonia, el rey de Bohemia, el Conde Palatino del Rin, el Duque de Sajonia y el marqués de Brandeburgo.
Pero ante la falta de liquidez, Carlos I realizó la convocatoria de Cortes en Santiago de Compostela. El monarca solicitó dinero y, a regañadientes, se le concedió para sus gastos imperiales y otras cosillas, como los gastos del viaje a Aquisgrán, ciudad donde sería coronado emperador.
Pero aquel dinero no era suficiente, ya que también tenía la necesidad de realizar una campaña entre los príncipes electores que apoyase su candidatura; evidentemente con mucha “pasta” de por medio, y por ello Carlos, al que no le bastaba el oro que llegaba desde las Indias, tuvo que pedir grandes cantidades de dinero prestado a banqueros de toda Europa.
Pero con quien más se endeudó fue con dos familias de Augsburgo y Nuremberg, unas ciudades de Baviera, los Welser y los Fugger, banqueros que dominaron la economía mundial durante buena parte del siglo XVI. Se calcula que la suma prestada ascendía a unos 150.000 florines (unos 25 millones de euros de ahora).
Sin embargo, una vez conseguido su objetivo de ser nombrado emperador, Carlos I se fue haciendo el remolón en el pago de su deuda. Hasta que finalmente en 1528, los Welser, que habían quedado como únicos acreedores, le reclamaron el pago íntegro.
Carlos no pagó, entre otros motivos porque no tenía dinero, pero llegó a un acuerdo con los Welser. Les cedería una parte del Nuevo Mundo para que lo explotasen a su gusto, liberados de cualquier clase de impuesto a la corona española. Se les permitía colonizar, explotar y nombrar gobernadores propios, usar a los indios como mano de obra, y siendo liberados del impuesto de sal y de todos los aranceles portuarios en el puerto español de Sevilla, además del permiso para llevar hasta 4.000 esclavos africanos.
Como contrapartida, los alemanes se comprometían a fundar dos ciudades y a construir tres fortalezas, desde las cuales, y durante los años que durase la concesión, podían explorar el territorio en busca de oro y riquezas. De todo el oro que encontrasen, Carlos I se quedaría con la décima parte.
El territorio concedido fue la provincia de Venezuela, situada al norte del actual país del mismo nombre, y cuyos límites fueron fijados por la Casa de la Contratación de Indias de Sevilla: entre el cabo de la Vela (actual Colombia) por el oeste, y el cabo de Maracapana por el este (cerca de la actual ciudad de Barcelona). Varias islas cercanas a la costa quedaban también bajo jurisdicción de los Welser, y el límite sur se dejaba sin especificar.
Se dio como nombre a la colonia el de Klein-Venedig (Pequeña Venecia) y se nombró como primer gobernador a Ambrosio Ehinger, cuya principal misión consistía en encontrar El Dorado, una mítica “ciudad de oro”, mencionada por algunos indígenas y que se buscaba infructuosamente. Consigo se llevó a los 4.000 esclavos africanos y a unos 400 mineros alemanes, que le ayudaron a extender el territorio controlado más allá de las fronteras iniciales, por zonas de la actual Colombia.
Ehinger desconocía las Indias, y su desembarco en la recién fundada ciudad de Santa Ana de Coro en 1528, provocó el cachondeo general, al llevar consigo una corte ataviada de “punta en blanco”, como si fuera a visitar un palacio.
El trato de Ehinger con los indígenas fue muy duro, con enfrentamientos que generaron tensiones, incluso con los propios colonos. Como había oído hablar de una tierra muy rica, organizó una expedición de alemanes y españoles que, acompañada de un millar de esclavos, partió así en busca de El Dorado, alcanzando el lago Maracaibo, donde fundó la ciudad de Nueva Nuremberg (actual Maracaibo), y la península de Guajira, en un viaje donde lucharon contra los constantes ataques indígenas.
El alemán logró extender su gobernación hacia el oeste atravesando la sierra de Perija, buscando la forma de volver a la costa y entrando en la actual Colombia. Como entretanto había conseguido reunir una apreciable cantidad de oro, unos sesenta mil pesos (aproximadamente ciento diez kilos), confió ese tesoro a su capitán Íñigo de Vascuña, para que lo llevara a Santa Ana de Coro, mientras él continuaba explorando. Ehinger murió poco después, en mayo de 1533, sin poder regresar a la ciudad, después de cuatro días de horrible agonía, causada por una flecha que le atravesó la garganta. Pero al español no le fue mucho mejor.
Íñigo de Vascuña emprendió el regreso con solo veinticinco hombres y tampoco logró llegar a Santa Ana de Coro. El grupo se perdió por la selva y sufrió todo tipo de calamidades: agotados por el esfuerzo y el calor tropical, soportando lluvias torrenciales, abriéndose paso penosamente por la frondosa espesura, aquellos soldados fueron enfermando de fiebres y cayendo en repetidas emboscadas que, poco a poco, los fueron diezmando.
Acabados los víveres, sin fuerzas para seguir cargando con aquel oro, decidieron enterrarlo para poder continuar la marcha y, después, volver por él más adelante. Sin embargo, el hambre se hizo tan acuciante, que se vieron obligados a comerse a sus caballos y perros, y después, a practicar el canibalismo, matando para ello a varios de los indios que llevaban como porteadores.
A pesar de eso, terminaron por perecer todos excepto uno: Francisco Martínez Vegaso, natural de Trujillo, que había llegado a Venezuela con Ehinger. Convertido en un cadáver viviente, fue recogido por una tribu indigena que le curó y alimentó, salvándole la vida, aunque a cambio de tener que trabajar para ella como esclavo. Como si de un cuento se tratase, con el tiempo se casó con la hija del cacique y, al cabo de tres años, estaba tan integrado que participaba en sus acciones bélicas. En una de ellas atacaron a un grupo de españoles capitaneado por Hernando de Alcocer, uno de sus antiguos compañeros al servicio de Ehinger. Y Francisco Martínez regresó con él a Santa Ana de Coro.
En la ciudad se planteó entonces enviar una expedición para desenterrar el tesoro. Francisco Martínez, evidentemente, fue el encargado de guiarla, pero sin éxito. Después de tanto tiempo no se acordaba del lugar exacto y la partida volvió con las manos vacías. Él, no obstante, hacía salidas de vez en cuando para visitar a su familia indígena. O eso decía. Cuentan las malas lenguas de las crónicas, que en Santa Ana de Coro trabó amistad con un tal Pedro de Valdivia y se fue con él a la conquista de Chile, en una aventura financiada precisamente con el tesoro de Ehinger.
Es decir, según eso Francisco Martínez recordaba perfectamente su escondite y fue sacando poco a poco el metal precioso, y entregándoselo a su nuevo compañero para la campaña chilena.
A Ambrosio Ehinger le sucedió como gobernador Georg Von Speyer, que tampoco tuvo demasiado éxito y, además, los colonos alemanes pronto empezaron a morir de diversas enfermedades para las que no estaban inmunizados, o en emboscadas de los nativos.
El tercer y último gobernador de la América alemana, Philipp Von Hutten, continuó las labores de exploración, adentrándose en el interior del continente con unos 150 hombres, obsesionado con encontrar El Dorado. Pasó más de cuatro años perdido entre selvas y montañas, sufriendo ataques, enfermedades y hambres.
Cuando regreso a Santa Ana de Coro, en 1546, descubrió que todo había cambiado, ya que la corona española había revocado los derechos de los Welser, y un nuevo gobernador español, Juan de Carvajal, había tomado el poder en nombre del rey.
Von Hutten llegó agotado, con unos pocos hombres y sin oro. Carvajal lo recibió con desconfianza y ambos discutieron por la autoridad legítima sobre Venezuela. La tensión aumento y, al no reconocer la autoridad de Carvajal, éste mandó apresar a Von Hutten y a su compañero Bartolomé Welser (sobrino de los banqueros, que se había unido a la expedición). Poco después los ejecutó, decapitándolos.
Cuando la noticia llegó a España, Carlos I se indignó por la mala gestión y la violencia desencadenada. Ordenó el arresto de Juan de Carvajal, quien fue juzgado y, finalmente, ejecutado también, acusado de haber actuado con crueldad y sin autorización directa. Después de aquel desastre, el emperador puso fin al contrato con los Welser, y la corona tomó el control total de Venezuela.
Los alemanes no volverían a conseguir establecer una colonia en América, salvo algunos breves intentos. En 1685, la Compañía Africana de Brandeburgo se haría con el control del comercio de esclavos en la isla de Santo Tomás, en el archipiélago de las Islas Vírgenes. Durante los casi 30 años que mantuvieron el control de la isla, allí se celebraron las más grandes subastas de esclavos que el mundo ha conocido.
Otros intentos fallidos fueron el asentamiento en Nueva Curlandia, en Tobago, y en Toco, Trinidad, ninguno de los cuales fructificó y fueron pronto abandonados. La Pequeña Venecia, que duró 18 años, fue el único éxito relativo de la colonización alemana en América.
José Antonio Parra
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